LA CASA JUNTO AL ARROYO
|
He regresado hoy
|
|
recobrando paisajes
|
|
a la casa perdida
|
|
en el filo del tiempo.
|
RAMÓN GARCÍA MATEOS
 |
| Poetas bajo la lluvia. Urueña |
(Arroyo)
Traslúcida
y fría, como
cristalino acero, el agua
del
arroyo por detrás de las casas,
cascabel
sinuoso, lamía
los
tapiales y la cal de las sábanas.
Venía
de la remolacha y el trigo,
el
pinar rumoroso y los alcores de nubes.
Cruzaba
bajo la sombra de los puentes
—carreteras,
caminos, la vía y un revuelo de golondrinas—.
Los
niños de entonces hollábamos
descalzos
las ovas de seda
buscando cangrejos y tesoros;
eran
nuestros brazos tajamares de carne.
Conformábamos
sueños a navaja,
en
astilleros de sol y de quimera
construíamos
barcos,
casco de roña, velamen de entusiasmo,
para
navegar la corriente fría,
cortante
—ya dije—, rápida, acerada.
Corríamos
luego junto al cauce,
nos
deteníamos a veces
oteando un momento desde una alcarria
el
lejano origen del mundo,
descendíamos
paralelos al agua —arroyos también
de
pantalón corto— hasta llegar al río.
Allí
acababa el viaje, se iniciaban los sueños.
El padre Duero pedía más caudal,
más
barcos construidos con papel
y
corteza de pinos. Mirábamos las naves
zozobrar
o perderse en las aguas enormes,
sentíamos
el río como un latido vivo.
Volvíamos a casa soñándonos marinos.
 |
| Con el poeta Francisco Javier Hernández Baruque |
(Desván)
Era
el desván reino de fantasía.
Edén
de pámpanos colgando de las vigas.
Arcones
llenos de recuerdos que iba haciendo míos.
Y
el estuche de la dulzaina sin la dulzaina con que mi tío abuelo
alegraba las fiestas.
Encinas,
el dulzainero —¿nunca oíste hablar de él?—
ensayaba
su célebre corrido.
El
aire seguía el compás bajo las tejas.
El
aire, años después, por la abierta tronera
llevaba el compás del silencio brotado
de
la caja azul de la dulzaina donde guardaba cromos
y
santos en los lentos veranos de mi infancia.
El
estuche, la caja, sin recuerdos, ataúd de la memoria,
una
memoria anterior a la mía. Ritmos, músicas, vidas
de las que nadie me habló y pueblan mis
mutismos.
Era
el desván, las golfas, el sobrado, mi reino.
Allá
subía de madrugada, con los primeros cantos
de
las aves del día y el eco apagado de los gallos.
O
en las tardes de otoño cuando la tormenta acechaba
en
el horizonte con un relampagueo de aceros
en
el aire cargado de ozono y de conquistas.
Allá
me tumbaba mirando al techo, las telarañas
del
techo, la exigua cosecha de moscatel colgando de las vigas
o
aquella golondrina alocada y confusa
buscando una salida al viento libre de los
aleros.
Allá
cerraba los ojos cuando el silencio lo inundaba todo
e
imaginaba el mundo anterior a mí,
el
mundo sin mi presencia.
Todo
negror, porque quien imaginaba el mundo no podía verlo.
Así era y así será después, cuando me vaya,
pensaba.
Cogía
entonces el estuche de la dulzaina pleno de sueños
y
bajaba corriendo al portal para ordenar los cromos,
una
vez más, sobre el frío tangible de las baldosas.
En
el desván quedaban los sueños, los fantasmas,
las
resecas osamentas de los sarmientos,
los
cadáveres de un vuelo sin retorno
y
sin posible salida al aire, al sol, a la vida,
la
oscuridad de los nonatos
y
el terrible silencio de la dulzaina,
sin
cuerpo ya y sin memoria.
Era
el desván, también, ahora lo sé, un mundo ajeno.
Un
orbe por descubrir
en
las noches sin luna
cuando
iluminan los muertos su propio desamparo.
Allí, allí aún aguardo oír mis propios pasos.
Oír mi propia voz perdida,
las palabras como cromos, ordenadas
en el estuche azul de la memoria.
No
son nada y lo son todo.
Son el mundo del silencio,
acordes sin sonido, instrumento sin cuerpo
que en el recuerdo vibra y pasa
por la pantalla blanca del tiempo
fugitivo.
 |
| Con la poeta Esperanza Párraga Granados |
(La
casa)
No
está la casa ahora. Es un pequeño
vacío
inmenso cerrado a cal y canto,
abierto
a los recuerdos de almendro florecido
en
la tarde infantil de adobe y de ceniza.
Presiento
tras el muro que preserva la calle
de
fantasmas y sueños, el eco de mis pasos,
la
oscuridad total de las noches sin luna
y
las letras caídas que arrinconó el viento
en
el ángulo oscuro de la estancia silente.
Gimen
sin pozo claro las palabras ahogadas
que
segara el estío y no alzaron el vuelo.
Golondrinas
erráticas ya no encuentran aleros
donde
dejar sus sueños de barro y de esperanza.
El
arroyo es un cauce seco sin sueño y sin mañana
y
el desván un grito ahogado en el vacío.
2º Premio II Certamen de Poesía Habla, Valladolid, 2025
Diversos momentos de la entrega de premios y cena posterior
 |
| Obsequios |