Hoy, 12 de julio, se cumplieron 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. A Ermua llegaron las fuerzas vivas del país. No voy a opinar ni a favor ni en contra (tenemos los políticos y el sistema que nos merecemos). Los muertos siempre son utilizados por todos los estamentos en su provecho. Y por los poetas elegíacos.
Aquel año andaba yo siguiendo los encierros de Pamplona desde mi silla de ruedas (el 18 de junio sufrí un accidente laboral: un año y un día de baja, paréntesis en que se gestó Los pasos quebrados, uno de cuyos poemas publiqué en el blog que mantenía en La Coctelera, plataforma ya desaparecida, de donde fue tomado por El rincón de Yanka; de allí lo rescaté para compartirlo en Facebook). Y me sumé a la expectación sobrecogida y la esperanza acribillada.
Reproduzco aquí el poema:
POEMA QUE NO TIENE NOMBRE
por los ojos y las palmas abiertas
con un solo nombre y una sola esperanza,
cuando las saetas de todos los relojes
cuarenta y ocho, dos mil ochocientas veces
se clavaron como espinas en las frentes exánimes
y hasta el aire se detuvo expectante, con los brazos abiertos,
las raíces del roble centenario se estremecieron,
crujieron los huesos de todos los vascos,
de todos los españoles, de todos los hombres asesinados,
los ojos peregrinos de Pablo Ruíz, los ojos sin manos de Picasso
buscaban lágrimas de sangre para pintar el horror
y los verdes montes del norte quisieron huir,
transformarse en arenas insensibles y ciegas
para no ver la blanca paloma
que alzaba el vuelo con las alas heridas
en las cercanías de Lasarte.
Cumplido el plazo de la esperanza y la locura
dispararon a Miguel Ángel.
Los asesinos sordos, los asesinos ciegos
mataron a Miguel Ángel.
Sin mirarle a los ojos, que eran los ojos de todo un pueblo,
los ojos herederos de aquellos ojos
que vieron correr la sangre por las calles,
los ojos nuevos, los ojos libres,
los ojos limpios de una España viva,
asesinaron a Miguel Ángel.
Cobardes sanguinarios,
sicarios viles de la infamia y el odio,
perpetuaron a Miguel Ángel.
14/07/1997