DESDE EL SILENCIO CIEGO
decidme cómo se
escribe un poema,
un poema que
hable de las cosas
que importan, que
respire,
ANTONIO DEL
CAMINO GIL
Cuántas
veces, solo y con el corazón en los ojos,
me
bajaba hasta el Duero por escuchar
su
voz profunda y sombría, enorme y lenta
—Federico,
como la voz de los bueyes—,
su
voz de Soria y tierra— no sabía,
Antonio,
que era la tuya—, por escuchar
las
aguas que iban, como un don,
Tormes
entrante, a recoger —no lo sabía— la voz de Claudio,
que
iban —ya lo intuía— preñadas de versos
al
mar de los olvidos numinosos.
Ahora, con
el río crecido y el agua
remansada en
los troncos caídos
que el
tiempo y la negligencia derribaron,
ahora, en
este silencio enorme
de olvido y
abandono, poetas que oteáis
desde un
altozano de polvo, habladme
en el último
crepúsculo, decidme
la palabra
que busco o la radiante
calma tras
la tormenta, dadme
el nombre
exacto, sean
mis labios
vuestros cuando la sombra
crece
buscando la noche. Decidme
el amor, el roce
escrito en el borde
fugaz de un
claro instante. Dadme el aire. Insuflad
la sed que
saciará la etérea inmortalidad
de un beso.
Susurrad el secreto
de la hoja
que cae nuevamente y del agua
que conoce
los nombres del viento y de los álamos. Dadme
vida desde
el sosiego yerto de las cosas que amasteis.
Sean mi
mundo y mi palabra brasas
que los versos
propician, y aire o soplo
vuestros
silentes pasos para vivificar el fuego
de la noche
sin electricidad y sin sueño.
Poned ante
mis ojos el poema que hable de las cosas
que
importan como hablan el río y el viento
de
la tarde que los torsos orea, dadme
la
mirada luminosa y oscura de los siglos
para
contemplar las nubes, las aves
y
los pueblos, su milenaria lengua,
sus
alas derrotadas, su lluvia de esperanza…
Dadme la
palabra donde respire
vuestro silencio
ciego.
Y sea el Poema.



