El poeta se forja leyendo poemas y aprendiendo a mirar el mundo que lo rodea con los ojos que la naturaleza le ha concedido, se forma haciendo versos a imitación de los poetas célebres, o no, con los que se identifica. Esta práctica, esta educación, sea académica o autodidacta, es necesaria para la plena realización de la obra o corpus por la que el autor será conocido. Pero ha de haber un sustrato anterior, un duende, una nacencia, para que el pretendido poeta se realice como tal. Pudiendo darse el caso de quien sea poeta sin saberlo porque no ha desarrollado su capacidad, o sin haber escrito un verso por no poseer la técnica pese a sentirse, de algún modo, distinto a los demás. También hay quien se cree poeta sin serlo porque domina cierto estilo de versificar y hay poetas incompletos y hasta prosaicos. Tiempo habrá de hablar de ellos y aún de otros. Quiero hacerlo ahora de un niño que tuvo la inmensa suerte de que le enseñaran a leer antes de comenzar la escuela. Mientras los niños de su edad se desbravaban con mi mama me mima, él leía y aprendía páginas enteras de la enciclopedia escolar Álvarez sin comprender bien su significado. Unas veces preguntaba, otras se lo imaginaba. Su afán por la lectura no decayó nunca. Leyó libros de texto, tebeos, revistas, fotonovelas, periódicos atrasados, cuentos, novelas, poesías… hasta prospectos de medicamentos. Aprendió a manejar el diccionario, aun cuando, por no perder tiempo y el hilo argumental, hacía sus propias interpretaciones adaptándose al contexto y errando, claro (o no). Cuando hacían redacciones sobre cualquier tema, el maestro siempre ponía las suyas como ejemplo. A los once años le publicaron una en cierta revista escolar. Leyó la Biblia y el Quijote siendo muy joven. Leyó, sin comprender nada, Espadas como labios y supo que la poesía no tiene una única dirección como la narrativa y que un poema no se comprende entendiendo sus palabras, que éstas sobrepasan diccionarios y modas, que el poeta mira distinto y ofrece su visión a quien va con él para que aprenda a mirar con sus propios ojos. Y comenzó a escribir poemas. En su juventud le confirmaron como poeta en ciernes en una dominical mañana de la biblioteca de la que fuera casa de Cervantes en Valladolid. Quiso, entonces publicar su primer libro. No lo consiguió hasta unos años después cuando dispuso de dinero para sufragar la edición. Qué difícil es publicar el primer libro, y el segundo, y el... Con el tiempo decidió ser escritor y poeta de secano. Como no publicaba tampoco escribía. sin embargo nunca dejó de disfrutar con la lectura de los grandes narradores, columnistas y poetas. Aunque tenía aún el gusanillo de escribir, ese no era su gremio. Se sabía autor de buenos poemas y versos memorables, pero su tiempo pasó. Tal vez si hubiera muerto joven, alguien los habría descubierto...
Con la generalización de
internet a finales de siglo comencé a escribir en un blog, por aquellos tiempos
también se decía bitácora. Parí nuevos poemas, reelaboré otros, escribí algún relato,
concluí otros y también una obrita de teatro. Gané premios literarios y pensé
una novela que está por escribir. Publiqué (qué difícil sigue siendo editar) un
libro, y dos, y tres, y participe en muchos otros. Me jubilé del trabajo que esclaviza
las horas para contemplar y contar la poesía que rompe el alba y se anuncia con
versos de luz como el pan de cada día. Me jubilé para leer a otros poetas que me
eran desconocidos y he ido descubriendo y disfrutando. Me jubilé para mirar
atrás sin rencor y caminar hacia adelante sin temor. Para pensar y decir, pese a todo:
Hay que ser poeta y morir en el intento
de crear el poema más hermoso y cumplido
aunque
nunca entendamos quien nos dicta los versos.
Y conocer que el poeta que fui me los dicta a mí.