El pasado lunes, entre otros, fue, y lo celebró quien quiso y pudo, el Día Mundial de la Poesía. En este moderno santoral de la ONU y sus organismos oficiales hay días de todos los colores y para todos los gustos. Curiosamente estas jornadas ecuménicas las celebra cada país, cada comunidad, y hasta cada poeta (el 21 de marzo), desde su particular hagiografía patria. Hay gente ignara y poetas cuerdos que no lo festejan de manera especial. El día de la poesía, como el de la mujer y tantos otros es, o debe serlo, cada día, cada amanecer, sin necesidad de proclamarlo y retuitearlo a los cuatro vientos. Internet es terreno propicio para que nazcan, crezcan y mueran todo tipo de yerbas, buenos frutos y cizaña. El consumidor ha de saber elegir, y discernir la ambrosía de la ponzoña o el simple yerbajo inútil. Como todo en la vida. En las redes sociales se lee muy buena poesía junto a harapos que quieren pasar por vestimenta de versos. Hay poetas, que lo son dentro y fuera de ellas y pseudo-poetas jaleados por malos lectores de poesía. Unos y otros se manifiestan porque la viña del señor tecnológico no distingue la buena semilla del esqueje ponzoñoso o el liquen advenedizo. Y este inicio de la primavera o el otoño, según se mire, propicia el lirismo, qué duda cabe. Y puede que aumente el número de lectores, cual sucede en el día del libro, al menos de boquilla, lectores de poesía, o de cierta poesía. Yo, ya digo, soy más de celebraciones a salto de mata y de escribir a ratos y cuando las musas me acucian en mi dulce retiro jubilar. Por eso me ha pasado el mentado día, y la semana toda, de puntillas. O casi.
Cuando en mi lejana juventud adquirí la Antología de Gerardo Diego, que reeditó Taurus, leí atentamente todas las poéticas que le enviaron los autores antologados por ver si descubría qué cosa era la poesía. No lo conseguí, pero me sirvieron de guía para la (poética) que figura al frente de mi primer libro. Cada poeta —escribía entonces— puede dar un concepto distinto de poesía. Por esto mismo la Poesía es inconceptual. La pregunta de Bécquer continúa en el aire admitiendo respuestas de toda índole. La Poesía es múltiple y singular. Se la encuentra en cualquier parte. Desde entonces, tanto mi poesía como mi opinión sobre ella, apenas han cambiado, salvando la soltura y solvencia que da la madurez. Comprender el mundo y contarlo —he dicho alguna vez— es misión del poeta. O no comprenderlo y contarlo igualmente. Mirar con ojos diferentes y buscar las palabras que plasmen lo observado, el júbilo y el dolor, la injusticia y la libertad, el amor y la muerte. Ser aguijón y conciencia, compañero de copas y cómplice de versos.
La poesía nació para ser cantada porque el pueblo no disponía de muchos momentos de esparcimiento y además no sabía leer. Hay poesía propicia para el canto o la declamación. Y otra se puede adaptar. Paco Ibáñez, pongo por caso, como tantos cantautores y rapsodas, la ha popularizado, aunque dudo que la poesía llegue a quienes nunca serán capaces de abrir un libro de poemas como quien abre el cofre de un tesoro. Así y todo, la poesía se debe leer. En estos tiempos que vivimos con la imagen en el bolsillo, la poesía se debe leer. Y muchos no saben hacerlo y los juglares ya no cantan para ellos. La poesía, es cierto, necesita tomar la calle con esperanza y libertad en las manos porque es también un arma, debe levantar la voz y pisar el barro y la sangre cuando es necesario. Pero exige también su noche y su silencio. Su infalible mañana y sus lectores. Seamos cómplices, amigos, leamos poesía. Cada vez me siento más deudor de ella, no por los versos que he escrito y los que aún pueda escribir, sino por los que he leído y leeré. Y por los que nunca se me revelarán.