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miércoles, 11 de mayo de 2022

PALABRAS

 


En mi juventud, cuando ya concebía poemas decentes y me obligaba a escribir en prosa pensamientos, crónicas, vivencias… para lograr soltura, leía, entre otros, los artículos de Julián Marías que escribía en Triunfo sobre cine y, sobre todo, leía a Francisco Umbral. El estilo periodístico de Umbral, y el literario también, es original y único. Leía sus artículos cuando los tenía a mano y, por aquella época, me hice con Las ninfas y Los helechos arborescentes. Creo recordar que es en el primero, que fue premio Nadal, donde habla del  escritor adolescente y de la necesidad, como decía Baudelaire, de ser sublime sin interrupción. Y a ello aspiraba yo, aprendiendo a salto de mata, sin orden ni concierto, en un revoltijo de lecturas variopintas, y tirando de diccionario para ir paso a paso moldeando palabras en la adobera, palabras que ponía a secar al sol de las frías noches castellanas a fin de usarlas sobre aquellos primeros cimientos del que sería sublime edificio futuro. Leía a Paco y lo tuteaba embebiéndome en su estilo mientras buscaba el mío propio. Leía al autor de Mortal y rosa, al filósofo Marías y a Miguel Delibes  porque los tres estaban vinculados a Valladolid. Marías nació en la ciudad del Pisuerga y creció en Madrid, Umbral hizo el recorrido contrario y Delibes fue vallisoletano toda su vida. Paco me descubría una ciudad romántica y canalla y Miguel una Castilla rural que difería de la que yo conocía y un habla de pueblo que desconocía. Ambos despertaban en mí  el amor a la tierra y el gusto por las palabras bien fraguadas y enlucidas. La escritura de Julián era más académica, más de aprender y gustar del cine que también ocupaba gran parte de mis ocios. Luego vinieron otros muchos autores y los diccionarios enciclopédicos. Y fui aplomando palabras en estantes de viento, tochos de arcilla, hormigón, mármol… para tornar después a los orígenes, a esas palabras campesinas y aladas que me acompañan en este retiro de relecturas y reescrituras mientras cae la tarde, el telón del drama, o un the end infinito desde  la macilenta pantalla. Continuo leyendo, explorando nuevos autores y autores olvidados, descubriendo palabras, tesoros en yacimientos velados o bajo el cielo más nítido. Soy deudor, como todos, del verbo que uso, de los materiales y la estructura y hasta es posible que lo que ahora digo ya haya sido dicho. Porque usamos el lenguaje como un don, como un legado para construir belleza intangible, una obra, un poema que nos sobreviva sobre el cenotafio que alberga las últimas palabras.

 

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...