En la escuela nacional de mi pueblo no cantábamos el Cara al sol. Nos tocó un maestro que no estaba por la labor de llevarnos por el imperio hacia dios, más bien pretendía que asimiláramos lo poco que podía enseñarnos. No era muy de aplicar el lema de la letra con sangre entra, tan en boga en tiempos de posguerra y leche en polvo, tampoco es que le hiciera ascos a la vara de mimbre o la regla, pero procuraba no ejercer el castigo físico o moral de manera habitual. No recuerdo ningún retrato del dictador en el aula que, seguramente, lo habría y estaría junto a las banderas del régimen; mayormente éstas permanecían recogidas en un rincón o en el cuarto anexo donde se guardaba el material didáctico, los botes de leche y la leña para la estufa. Sí tengo muy clara la consigna que con buena letra campeaba en una esquina del encerado, bajo el crucifijo, y se cambiaba cada semana. El maestro la memorizaba, supongo que sería la misma para todas las escuelas, la escribía con esmero y nos ordenaba copiarla. Era una frase corta, tajante, directa, encaminada a inculcarnos el hábito de comulgar desde pequeños con las ideas social-nacionales. El pensamiento moral, más mesurado y largo, con carga de enseñanza católica, se renovaba diariamente y también lo copiábamos en nuestro cuaderno. Con el encerado ornado por la consigna y el pensamiento, iban apareciendo en la pizarra operaciones elementales de matemáticas y frases para analizar morfológica y sintácticamente. A mí se me daban bien los números, sobre todo raíces cuadradas y quebrados, que eran lo más complicado. Teniendo facilidad para escribir dictados y redacciones, la gramática nunca fue mi fuerte: me defendía en el análisis morfológico, y el sintáctico me producía sudores fríos. Los complementos directos, indirectos y circunstanciales siempre me han traído por la calle de la amargura. Y no digamos nada de los raros sujetos y demás zarandajas que pululan por las oraciones compuestas. Sin mencionar los verbos y sus, a veces, enrevesadas conjugaciones. Si ya en la gramática elemental encontraba problemas, el hecho de que luego estudiara formación profesional, lastró mis conocimientos de lengua y gramática. Lo fui supliendo con libros y ejercicios que me ayudaban a escribir y resolvían las dudas con que me encontraba. Hay músicos que tocan de oído sin tener ni puñetera idea de notación musical y directores de obra que lo son por experiencia y no por poseer el título de ingeniero de caminos, canales y puertos. Yo, como ellos, me servía del oído, la práctica lectora y la observación, para mis escritos. Y así continúo. Aunque el disponer de herramientas adecuadas que he ido acumulando a lo largo del tiempo no redime la carencia de una adecuada formación lingüística, me defiendo de manera aceptable sin ser ningún entendido.
Cuando quería ser escritor me imaginaba poseyendo una gran biblioteca y una mesa enorme llena de libros de consulta, carpetas y folios desordenados. Y una máquina de escribir eléctrica. Tengo la biblioteca, no tan poblada y espaciosa como quisiera, un buen hato de volúmenes que ya no consulto y un pequeño escritorio en una habitación que heredé de los hijos que viven fuera de casa. Tuve una buena máquina eléctrica a la que no le saqué provecho. Ahora todo está en la red y escribo frente a una pantalla. De vez en cuando gozo contemplando los gastados lomos de la Larousse Universal, abro, extasiado alguna Retórica y poética con más de un siglo de vida, hojeo libros de estilo y estilística literaria o abro, al azar, viejos diccionarios y tratados de redacción o teoría literaria. Alguna gramática poseo más, ya digo, nunca fue mi fuerte. Quizás porque mi destino era cultivar la gramática parda de la gente de pueblo y escribir a salto de mata sin pretensión de perdurar, no por falta de ganas, sino por aquello de zapatero a tus zapatos y cada mochuelo a su olivo. Por lo demás, qué coño me importa a mí si escribo oraciones o sintagmas y quién es el sujeto en cada una de ellas, o si el complemento es directo o indirecto, circunstancial o agente. A escribir se aprende leyendo e imitando. Si alguien quiere destripar lo que sale y disfruta con ello, adelante. Para buscarle tres pies al gato habrá quien dará vueltas y vueltas y quien, de un tajo alejandrino, lo dejará cojo por las bravas. Ya lo sabía Cervantes, que puso en boca de Sancho todo lo importante de la gramática. He dicho.