Estimada Amelia inmortal:
¿Me recuerdas?
Yo te recuerdo ahora en estas vicisitudes de la memoria, en esta exploración retrospectiva en que devienen los años cuando uno se levanta a las siete de la mañana, no por la urgencia del trabajo sino por el placer de hacerlo cuando son festivos todos los días, y siente pasar las horas en su justa medida sabiéndose vivo todavía.
Te recuerdo ahora como recuerdo ciertos nombres, ciertos rostros que alguna vez fueron cercanos y el tiempo ha difuminado junto a otros ya desaparecidos para siempre. La memoria es selectiva y el tiempo no pasa en vano. Tal vez debiera decir que la vida no sucede en vano. No fue banal conocerte. Perderte, ahora lo sé, no fue en vano.
Te recuerdo como recuerdo las mujeres que amé, que amo aún. Es infinita la capacidad de amor del ser humano. Y yo, recuérdalo, soy poeta.
Te recuerdo Amelia, inmortal Amanda, la calle mojada, y nosotros ignorando que la muerte jugaba con ventaja en un desconocido estadio de Santiago. Nos callaban tantas cosas entonces…
Te preguntarás por qué ahora, por qué te escribo después de tanto tiempo, cuando las cartas son correos electrónicos y prima la urgencia de tuits y wasaps y tú, te busqué, no estás en las redes sociales que transito, y ya nadie escribe cartas, y el género epistolar es una reliquia del pasado, por qué ahora cuando tú no vas a leer estas misivas y si las lees quizás no te reconozcas como su destinataria.
Tal vez porque he muerto y estoy vivo, porque ya conozco el argumento de la obra y quiero descubrir a través de ti a aquel tímido muchacho que vino a llevarse la vida por delante. Porque estoy lejos, Amelia, lejos de todo y en soledad y leo a Martí i Pol en su idioma que es también mío, y leo a Gil de Biedma y camino por los versos levantados, clavados, ¡ay!, en la dolorida piel de España. Porque nosotros ya no somos los mismos y tal vez estemos amándonos sin saberlo en algún universo paralelo. Porque eres remembranza y uno vive también, o solamente, en sus recuerdos.
Lo cierto es que te escribo ahora, en este nuevo año de esperanza, como lo fue el anterior, aunque nos saliera rana con tanto oleaje pandémico que nos atenaza aún en un disparatado oleaje, un continuo flujo y reflujo de mascarillas y prohibiciones. Saturado de consumismo y felicitaciones repetidas hasta la saciedad, te escribo porque quiero saber de ti en estos difíciles tiempos y contarte, decirte la vida sin ti. Escribirte al ritmo que late mi corazón es buena terapia para estar en paz conmigo mismo. Te escribo porque quiero decirte lo que no te dije o imaginar lo que te conté y no sabré nunca que lo hice porque ya no conservas mis cartas ni memoria de mí. Porque ya no eres tú y eres todas las mujeres del mundo que han amado y se han sentido amadas alguna vez, y sufren, y mueren, y luchan, y viven.
Te escribo como te escribía entonces. ¿Te acuerdas Amanda Amelia? Con el cuerpo destrozado por las balas y una canción en los labios que el tiempo no borró.

¿Me recuerdas?
Yo te recuerdo ahora en estas vicisitudes de la memoria, en esta exploración retrospectiva en que devienen los años cuando uno se levanta a las siete de la mañana, no por la urgencia del trabajo sino por el placer de hacerlo cuando son festivos todos los días, y siente pasar las horas en su justa medida sabiéndose vivo todavía.
Te recuerdo ahora como recuerdo ciertos nombres, ciertos rostros que alguna vez fueron cercanos y el tiempo ha difuminado junto a otros ya desaparecidos para siempre. La memoria es selectiva y el tiempo no pasa en vano. Tal vez debiera decir que la vida no sucede en vano. No fue banal conocerte. Perderte, ahora lo sé, no fue en vano.
Te recuerdo como recuerdo las mujeres que amé, que amo aún. Es infinita la capacidad de amor del ser humano. Y yo, recuérdalo, soy poeta.
Te recuerdo Amelia, inmortal Amanda, la calle mojada, y nosotros ignorando que la muerte jugaba con ventaja en un desconocido estadio de Santiago. Nos callaban tantas cosas entonces…
Te preguntarás por qué ahora, por qué te escribo después de tanto tiempo, cuando las cartas son correos electrónicos y prima la urgencia de tuits y wasaps y tú, te busqué, no estás en las redes sociales que transito, y ya nadie escribe cartas, y el género epistolar es una reliquia del pasado, por qué ahora cuando tú no vas a leer estas misivas y si las lees quizás no te reconozcas como su destinataria.
Tal vez porque he muerto y estoy vivo, porque ya conozco el argumento de la obra y quiero descubrir a través de ti a aquel tímido muchacho que vino a llevarse la vida por delante. Porque estoy lejos, Amelia, lejos de todo y en soledad y leo a Martí i Pol en su idioma que es también mío, y leo a Gil de Biedma y camino por los versos levantados, clavados, ¡ay!, en la dolorida piel de España. Porque nosotros ya no somos los mismos y tal vez estemos amándonos sin saberlo en algún universo paralelo. Porque eres remembranza y uno vive también, o solamente, en sus recuerdos.
Lo cierto es que te escribo ahora, en este nuevo año de esperanza, como lo fue el anterior, aunque nos saliera rana con tanto oleaje pandémico que nos atenaza aún en un disparatado oleaje, un continuo flujo y reflujo de mascarillas y prohibiciones. Saturado de consumismo y felicitaciones repetidas hasta la saciedad, te escribo porque quiero saber de ti en estos difíciles tiempos y contarte, decirte la vida sin ti. Escribirte al ritmo que late mi corazón es buena terapia para estar en paz conmigo mismo. Te escribo porque quiero decirte lo que no te dije o imaginar lo que te conté y no sabré nunca que lo hice porque ya no conservas mis cartas ni memoria de mí. Porque ya no eres tú y eres todas las mujeres del mundo que han amado y se han sentido amadas alguna vez, y sufren, y mueren, y luchan, y viven.
Te escribo como te escribía entonces. ¿Te acuerdas Amanda Amelia? Con el cuerpo destrozado por las balas y una canción en los labios que el tiempo no borró.