jueves, 30 de octubre de 2025

II certamen nacional de poesía Habla

 


LA CASA JUNTO AL ARROYO

 

 

He regresado hoy

recobrando paisajes

a la casa perdida

en el filo del tiempo.

                                                               RAMÓN GARCÍA MATEOS

                                                                 

 

Poetas bajo la lluvia. Urueña



(Arroyo)

                                                                                     

Traslúcida y fría, como

               cristalino acero, el agua

del arroyo por detrás de las casas,

cascabel sinuoso, lamía

los tapiales y la cal de las sábanas.

 

Venía de la remolacha y el trigo,

               el pinar rumoroso y los alcores de nubes.

Cruzaba bajo la sombra de los puentes

—carreteras, caminos, la vía y un revuelo de golondrinas—.         

Los niños de entonces hollábamos

descalzos las ovas de seda

               buscando cangrejos y tesoros;

eran nuestros brazos tajamares de carne.

Conformábamos sueños a navaja,

en astilleros de sol y de quimera

construíamos barcos,

               casco de roña, velamen de entusiasmo,

para navegar la corriente fría,

cortante —ya dije—, rápida, acerada.

Corríamos luego junto al cauce,

nos deteníamos a veces

               oteando un momento desde una alcarria

el lejano origen del mundo,

descendíamos paralelos al agua —arroyos también

de pantalón corto— hasta llegar al río.

Allí acababa el viaje, se iniciaban los sueños.

               El padre Duero pedía más caudal,

más barcos construidos con papel

y corteza de pinos. Mirábamos las naves

zozobrar o perderse en las aguas enormes,

sentíamos el río como un latido vivo.

 

               Volvíamos a casa soñándonos marinos.        

 

Con el poeta Francisco Javier Hernández Baruque
 


(Desván)           

 

Era el desván reino de fantasía.

Edén de pámpanos colgando de las vigas.

Arcones llenos de recuerdos que iba haciendo míos.

Y el estuche de la dulzaina sin la dulzaina con que mi tío abuelo

               alegraba las fiestas.

Encinas, el dulzainero —¿nunca oíste hablar de él?—

ensayaba su célebre corrido.

El aire seguía el compás bajo las tejas.

El aire, años después, por la abierta tronera

               llevaba el compás del silencio brotado

de la caja azul de la dulzaina donde guardaba cromos

y santos en los lentos veranos de mi infancia.

El estuche, la caja, sin recuerdos, ataúd de la memoria,

una memoria anterior a la mía. Ritmos, músicas, vidas

               de las que nadie me habló y pueblan mis mutismos.

 

Era el desván, las golfas, el sobrado, mi reino.

Allá subía de madrugada, con los primeros cantos

de las aves del día y el eco apagado de los gallos.  

O en las tardes de otoño cuando la tormenta acechaba

               en el horizonte con un relampagueo de aceros

en el aire cargado de ozono y de conquistas.

Allá me tumbaba mirando al techo, las telarañas

del techo, la exigua cosecha de moscatel colgando de las vigas

o aquella golondrina alocada y confusa

               buscando una salida al viento libre de los aleros.

Allá cerraba los ojos cuando el silencio lo inundaba todo

e imaginaba el mundo anterior a mí,

el mundo sin mi presencia.

Todo negror, porque quien imaginaba el mundo no podía verlo.

               Así era y así será después, cuando me vaya, pensaba.

Cogía entonces el estuche de la dulzaina pleno de sueños

y bajaba corriendo al portal para ordenar los cromos,

una vez más, sobre el frío tangible de las baldosas.      

 

En el desván quedaban los sueños, los fantasmas,

               las resecas osamentas de los sarmientos,

los cadáveres de un vuelo sin retorno

y sin posible salida al aire, al sol, a la vida,

la oscuridad de los nonatos

y el terrible silencio de la dulzaina,

               sin cuerpo ya y sin memoria.

 

Era el desván, también, ahora lo sé, un mundo ajeno.

Un orbe por descubrir

en las noches sin luna

cuando iluminan los muertos su propio desamparo.     

 

               Allí, allí aún aguardo oír mis propios pasos.                 

Oír mi propia voz perdida,

las palabras como cromos, ordenadas

en el estuche azul de la memoria.

               No son nada y lo son todo.

Son el mundo del silencio,

acordes sin sonido, instrumento sin cuerpo

que en el recuerdo vibra y pasa

por la pantalla blanca del tiempo fugitivo.      

 

Con la poeta Esperanza Párraga Granados
 

(La casa)

 

No está la casa ahora. Es un pequeño

vacío inmenso cerrado a cal y canto,

abierto a los recuerdos de almendro florecido

               en la tarde infantil de adobe y de ceniza.

Presiento tras el muro que preserva la calle 

de fantasmas y sueños, el eco de mis pasos,

la oscuridad total de las noches sin luna

y las letras caídas que arrinconó el viento

               en el ángulo oscuro de la estancia silente.

Gimen sin pozo claro las palabras ahogadas

que segara el estío y no alzaron el vuelo.

Golondrinas erráticas ya no encuentran aleros

donde dejar sus sueños de barro y de esperanza.

El arroyo es un cauce seco sin sueño y sin mañana

y el desván un grito ahogado en el vacío.


2º Premio II Certamen de Poesía Habla, Valladolid, 2025

 




Diversos momentos de la entrega de premios y cena posterior

Obsequios






jueves, 28 de noviembre de 2024

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

 

 Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunstancias, tenemos nuestras preferencias. En narrativa, las mías, a bote pronto y sin menoscabo de otros muchos autores, son: Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Miguel Delibes, Francisco Umbral y Ramón García Mateos. A los tres últimos me une la cercanía común de un territorio vital castellano leonés y más concretamente, a Delibes y García Mateos, el espíritu y el habla de los pueblos que aparecen en sus novelas y tienen tanto en común con el territorio de mi infancia y adolescencia.

Hay lugares míticos en la literatura a los que, como Gil de Biedma a su Nava, uno acaba siempre por volver. Por ejemplo: Macondo, Comala y, ahora también, Cerralbo. Cerralbo es mucho más que un pequeño pueblo salmantino en el partido judicial de Vitigudino, donde tuvo a bien nacer Ramón García Mateos allá por los albores de los años sesenta. Cerralbo es ya, por derecho y por mor de la imaginación de Ramón, un enclave legendario, un espacio literario que pertenece a todos sus lectores. Cuando el mundo se llamaba Cerralbo es la última novela del escritor y poeta salmantino afincado junto al Mediterráneo, en tierras de Tarragona, que nos ofrece la cántabra Ediciones Valnera en una cuidada impresión. Es una narración de descubrimiento y afirmación de la vida a través de la muerte. Cuatro niños recorren el pueblo que es su mundo y van descubriendo que no todo es tan simple y sencillo como hasta entonces les parecía. La acción transcurre entre las gentes de un pueblo cualquiera, en un paisaje rural y reconocible, aunque no conozcamos Cerralbo y el léxico salmantino difiera del autóctono de cada cual.

La memoria es el territorio de la infancia y Cerralbo es el territorio del niño que fuimos. Que los personajes sean reales o ficticios poco importa. Cada lector los identifica con los personajes de su propia peripecia vital y ello implica que la novela de Ramón sea una novela viva y arquetípica que hace cómplice al lector para mayor deleite y gozo espiritual. Es una novela que divierte y conmueve, se disfruta y saborea como los propios recuerdos expresados por un maestro de la narrativa.

Siempre he considerado a Ramón excelente poeta y gran escritor y esta obra, para quien lo conozca poco o lo descubra ahora, lo catapulta a la altura que merece.

Esto dice el autor en un pasaje del libro:

Bajo el manto de la realidad se hallaba el mundo. Y el mundo era Cerralbo. Y Cerralbo palpitaba al ritmo del lento traqueteo de la rueda del tiempo. Nada era imposible. Lo maravilloso se hacía cotidiano y convivía, sin aspaviento alguno, con las aristas del trabajo y la pobreza.

Os animo a descubrir ese mundo.

Ediciones Valnera



viernes, 9 de febrero de 2024

GÉNESIS Y TRANSFORMACIÓN DE UN POEMA



Crear, elaborar un poema es algo que cada poeta realiza a su modo y estilo. Pero, en general hay composiciones que surgen solas, de un tirón, como si las musas nos echaran de repente un capote, otras son meditadas y parten de una idea o premisa que se va concretando y reelaborando en el tiempo. El poema es un ente que se levanta de un sueño profundo y unas veces sale a la calle agraciado y radiante sin siquiera lavarse la cara y otras, por el contrario, necesita demorarse en el tocador, pintarse una metáfora en la frente, cambiarse los versos, perfumarse y guiñarse un ojo ante el espejo para salir a caminar con paso firme por la vereda del tiempo.

A raíz de la concesión del XXI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba a mi poema Vino la muerte y se instaló en sus ojos (aquí se puede leer el poema), como quiera que en unas breves palabras de agradecimiento en el acto de entrega sólo es posible sintetizar la concepción, gestación, parto y acicalamiento posterior del trabajo antes de ponerlo a caminar entre los hombres, voy a intentar explicar todo esto a continuación, iniciando una serie de golpes referidos a todos y cada uno de los poetas citados en el mismo, y alguno más, en semanas sucesivas:

Viajo frecuentemente a Valencia y siempre hago, al menos una visita a la librería París Valencia donde suelo encontrar y comprar, en su sección de ofertas, libros de poesía. De allá salió Paraísos del suicida (6é Premi Tardor de Poesia, Castelló de la Plana, 2000) de Luis Felipe Comendador. El poemario consta de un poema liminar y 52 más dedicados a otros tantos escritores, la mayoría de ellos poetas, de distintas nacionalidades, que murieron, todos por suicidio, entre 1770 y 1985. El libro es una pequeña joya que llevaba durante un tiempo a las tertulias de Poesia a trenc d’alba, para leer y comentar aquellos poemas que creía oportunos. Francesc Pons, buen poeta y excelente rapsoda, me animó a preparar un recital dedicado a los poetas suicidas. Y, algún tiempo después, entré en faena elaborando una lista con algunos citados en el libro y otros que fui añadiendo. La idea era hacer, de cada uno, una breve introducción y buscar un poema representativo o que, por algún motivo, me resultara atractivo para declamarlo en el recital. Como que era una labor ardua y no urgente la fui concretando a ratos perdidos, que es lo mismo que decir que cayó en el ostracismo. Pero vino la pandemia y decidí aprovechar la reclusión forzosa para, entre otros quehaceres, dinamizar el proyecto que acabó siendo un homenaje a los poetas que murieron jóvenes, suicidas o no (aunque no descarto rescatar el proyecto inicial y posibles derivaciones). A una breve introducción seguían los versos dedicados a poetas cercanos a mi modo de pensar y sentir, comenzando por Federico García Lorca y Miguel Hernández. De quienes sabía menos amplié horizontes en Internet donde rastreé también a otros olvidados o desconocidos. En 2023 concebí la parte más autobiográfica y los cuatro versos iniciales y añadí a los rapsodas la figura que iría recitando el poema vertebrador desde el inicio hasta el fin del acto. Le sumé algún poeta más, dejándolo abierto a nuevas incorporaciones o posibles cambios. Y pensé dejarlo reposar. Pero, un buen día, buscando un trabajo que pudiera enviar con ciertas garantías de éxito al certamen de Nava de la Asunción al que pensaba presentarme un año más, se me ocurrió (¡qué buena elección!) enviar el poema que era (o será) la columna vertebral del recital. Le di un último repaso, pulí algunos versos, añadí la cita inicial y cambié el nombre que hasta entonces tenía el trabajo, Vidas como versos, por Vino la muerte y se instaló en sus ojos, en claro homenaje a Cesare Pavese y con más tirón. Lo demás ya es historia y espera para montar el recital cualquier día de estos.

Como dije al principio hay poemas que surgen en un instante de inspiración y tal y como llegan toman cuerpo con nulas o muy escasas modificaciones; otros nacen de una idea que poco a poco va concretándose. Y de un trabajo de imvestigación y documentación previo que lleva su tiempo va creciendo el poema. Dedicar un breve apunte a cada poeta requiere un conocimento del mismo y, sobre todo, de las circunstancias de su muerte, para elegir la palabra o la imagen precisa. Creo haberlo conseguido y deseo que el lector ecuentre o descubra algún poeta que sienta cercano y se adentre en su poesía para que siga vivo entre nosotros. 




miércoles, 7 de febrero de 2024

SIETE DÍAS SON UNA SEMANA; UNA SEMANA, TODA UNA VIDA



Andaba yo en el bar del hotel Fray Sebastián de Nava de la Asunción, antesala del Premio Jaime Gil de Biedma y Alba, charlando con el alcalde navero Juan José Maroto, José Antonio García-Albi Gil de Biedma, sobrino del poeta y dos miembros del jurado, Fernando Romera y David Ferrer, que acababan de llegar, cuando, ya el botellín apurado sobre el mostrador, una voz con el acento inconfundible de Sardón, aromada de tiempo y de pan, sonó a mi espalda. Me volví, sorprendido, y abracé a otro Jaime, que no era poeta y, seguramente, sería ese sábado la primera vez que oiría recitar un poema, al menos en una entrega de premios literarios. Saludé efusivamente a Yoli, su mujer; la mía, Felicidad, mientras yo cumplimentaba a Amador García Marugan, cronista de la villa, hizo de anfitriona como si en la casa de su poeta se encontrara y estuvo con la pareja de Sardón durante todo el acto que no tardó mucho en comenzar. Acabado el mismo, tras el refrigerio y las despedidas, nos quedamos un rato charlando los cuatro en la terraza (hay que hacer alguna concesión a las mujeres fumadoras) y me vino a las mentes otra noche semejante cuando recalé, tras muchos años de ausencia, en mi pueblo natal acompañado por mi esposa, su hermana Eugenia y el cuñado Michel. En el bar JAC se prolongó la tertulia preñada de recuerdos y risas hasta altas horas de la madrugada. Era una noche estival tan fresca como estas noches inverno-veraniegas que nos toca vivir apenas iniciado febrero con la procesionaria bajando de los pinos y los animales desorientados dudando si dormir o copular.

Yo nací un martes, 18 de septiembre de un año del mono que dicen y celebran los chinos, y los occidentales, sin norte ni dios, acabaremos incorporando a nuestro ecléctico acervo. Yo nací un martes y, justo una semana después, otro martes, mira tú, vino a nacer en la puerta de al lado, Jaime. Digo en la puerta de al lado porque entonces se tenía la costumbre de nacer en casa, atendida la madre por la partera y, a veces, con el médico presente. De estos (Carmen y Milagros, vecinas, con Jaime y yo en sus vientres nadando en el líquido amniótico de la felicidad) y otros embarazos paralelos hablé allá por 2018 en Los 52 golpes. Jaime y yo crecimos puerta con puerta al principio, y un poco más alejados, con el casoplón de los queseros por medio, cuando su padre se hizo cargo de la panadería del abuelo Román tras su fallecimiento. Siempre en la misma calle de las Eras. Siempre a una semana de distancia. Yo era virgo por los pelos y él, libra por poco. Yo tenía una hermana mayor, él, dos hermanos; luego le vino una hermana y tres hermanos más. Él tenía tíos y tías en el pueblo que le daban la propina los domingos; yo los tenía en Quintanilla y Valladolid, los veía pocas veces y no me daban propinas. Crecíamos a la par, a veces él era más alto, a veces lo era yo. Pero en la adolescencia me dejó atrás, abajo más bien. A él lo alimentaban mejor.

Fue mi primer amigo y, aunque a veces, siempre por poco tiempo, no nos ajuntabamos, éramos miembros permanentes de la pandilla infantil que jugaba en la calle y en los campos recolectando, sin saberlo, recuerdos para el mañana que ya se nos está acabando. Fue mi primer amigo y, aunque las circunstancias nos hayan alejado más de lo aconsejable, será también el último porque yo moriré una semana antes (no revelo cuándo por mantener un poco de suspense).

Jaime se vino hasta Nava desde Sardón para darnos un abrazo como si el tiempo y la distancia no fueran dolorosos fenómenos físicos que alejan a los hombres, como si hubiera pasado tan solo una semana desde la última vez que nos vimos o desde que éramos niños. Y es que en una semana cabe un mundo y toda una vida cabe.



 

 













viernes, 13 de octubre de 2023

PALESTINA EN DOS POEMAS

Tras los atentados de Hamas en territorio israelí y la desmesurada respuesta judía sobre Gaza se ha desatado en las redes una lluvia de información intentando explicar el conflicto desde un punto de vista histórico, una especie de master class exprés para desinformados o, más bien, incultos ciudadanos del mundo occidental. Nuestra prensa, atenta como siempre a su público borreguil, da informaciones sesgadas, y la derechoni (en esto ha quedado la derechona de Umbral) culpa al gobierno del conflicto, o poco menos. La gente de a pie discute sobre quienes son los buenos y los malos, según las noticias que, a tenor de sus inclinaciones ideológicas, llegan a su móvil. En este clima enrarecido que estamos viviendo en nuestro país, de bandos enfrentados, posturas irreconciliables, ambiente de aficiones acérrimas y prebelicismo incivil, Carlos Francino pone una nota de sensatez y buen periodismo en La Ventana, porque aquí, como en todas partes, siempre pierden los mismos. Sentado que los crueles actos de los sicarios de Hamás son terrorismo sin paliativos, hay que decir que la réplica del gobierno israelita es desproporcionada, injusta y genocida.  

A tenor de estos hechos he rebuscado entre el polvo de los años un par de poemas con que en 2014 participaba en una revista y un colectivo que pretendía visibilizar la causa palestina. El primero, con Federico al fondo, lo leí en la sede de CCOO de Via Layetana, en un recital coloquio que allí tuvo lugar por las mismas fechas e idénticos motivos. Tal como estaban, os los ofrezco ahora. Podría haberlos escrito hoy.

 

 

GACELA DEL NIÑO PALESTINO

 

todas las tardes se muere un niño

                      FGL

 

Todos los días en la Franja,

todos los días muere un niño.

 

De tan azul es el cielo una mortaja de nieve.

En el pecho del aire brota un fuego de siemprevivas,

un fuego antiguo que viene devorando la mañana.

Fusiles contra la jaima levanta el viento de arena.

Bajo palmeras de sangre el odio germina y crece.

La luna se apaga y gime en la noche desolada

falsamente iluminada por estrellas y misiles.

El llanto se ahoga en el mar

encarcelado en orillas de sangre y sal.

 

Todos los días en Gaza muere un niño.

 

Agonizantes soles no desnudarán las noches de nacaradas mejillas

ni quemarán con sus rayos los helechos de la tarde.

Ataúdes de números, pizarras de luto, desfilan bajo las bombas.

Novia sin esponsales, la tierra luce vestido de claveles degollados.

Un velo de sinagogas va rasgando las mezquitas.

La historia de Palestina tienen las dunas grabada,

patria del viento, dominio de alacranes homicidas.

La piedra que se lamenta cubre cimientos de oro

y se alimenta de sangre, y se alimenta de tierra.

 

En Cisjordania muere un niño cada día.

 

Manos desnudas claman por el vacío del aire.

Los niños muertos se agolpan con los ojos a poniente.

Las cordilleras lejanas son gargantas desatadas.

Déjame, niño, que llore por la paz que no tuviste.

Déjame, niño, que grite tu vehemente silencio

porque no hay éxodos ni genocidios que justifiquen tu muerte.

 

 

DISPARA AL ÁRABE

 

Mira, hermano, hijo de la misma tierra que profanas con el fuego de tu ira,

con el fuego del dios que a sal y fuego conquistó las almas de tus antepasados,

mira, mira mi sangre derramada, mis piernas destrozadas,

desde tu templo altivo contempla las ruinas de mis ciudades,

los cascotes que lanzo al viento inmisericorde de la opresión y el odio,

mis rebaños sin pastos y apenas leche para alimentarnos,

mis campos rodeados de oscura arena y muerte,

inundados de sed y de abandono,

mira las gentes tras el muro de hormigón paseando

del brazo de la vida como si nada pasara,

los niños sin juguetes y la esperanza intacta,

mira las barcas como cadáveres meciéndose

en ese mar en calma que me niegas,

ese mar milagroso que pone en las arenas doradas de la tarde

su maná prodigioso de peces boca arriba,

mira, mira las risas, mira la vida, la fe que no nos arrebatas.

 

Mira, hermano, soy árabe.

Dispara, dispara al árabe.

Yo seguiré saltando entre los muros derruidos de mi patria,

saltaré riendo entre las avispas de fuego que nos envías,

riendo, viviendo entre la sangre que brota

como una ofrenda vana de los jóvenes pechos.

 

No pasa nada. Dispara, dispara al árabe.

 

Tú morirás conmigo, hermano, hijo de la misma tierra.


(Imagen: El Confidencial) 

lunes, 2 de octubre de 2023

FLORES ENTRE RUINAS

 



De vez en cuando aparecen en prensa e internet listas de libros realizadas, siempre subjetivamente, con mayor o menor acierto, mala baba u ocultos intereses. Hace unos días me topé con la de los 15 libros que casi nadie ha terminado (aunque lo afirme), lo cual ya es un juicio pedante. La miré por curiosidad y por ver si acertaba con alguno que no he podido digerir. ¡Y lo hizo a la primera!

Encabeza la lista el Ulises de Joyce. Adquirí la obra del dublinés (dos volúmenes de la colección de Seix Barral, Literatura Contemporánea) a principios de los 80, junto con otras de la misma serie que me interesaban y no había leído por aquel entonces. Pero mientras aquellas (Los santos inocentes, Mazurca para dos muertos, Octubre, octubre, Las afueras…) engrosaron mi acervo lector, no pude con el periplo diario de Leopold Blom y lo dejé para mejor oportunidad. Retomado en un par de ocasiones que estuve de baja, no logré concluir ni el primer tomo. No descarto, empero, un próximo y definitivo acercamiento.

Aparecen, en segundo lugar Guerra y paz, de Tolstoi y en el cuarto, Crimen y castigo de Dostoiesvski. Aquí el listero da en hueso. Leí en mi adolescencia a los autores rusos y franceses del XIX en ediciones de bolsillo (la mayoría, creo, de la colección Reno de Plaza y Janés). Libros que tomaba de la biblioteca de mi hermana, mamotretos que no acababa de digerir porque no era, seguramente, el momento adecuado para su lectura que concluía, pese a todo, con heroica complacencia. También yerra con 2666, de Bolaño, Rayuela, de Cortázar, Cien años de soledad, de García Márquez o El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, naturalmente. El Quijote lo leí completo en edición de bolsillo y papel casi biblia, con 14 o 15 años. Y lo he releído posteriormente en otras ediciones, según me iban interesando algunos capítulos o poemas. En Macondo y en los amores de Horacio Oliveira y la Maga me introduje con gran placer en los largos días vacíos de la mili, allá por el 79. El realismo mágico de Gabo y las propuestas de lecturas del argentino contribuyeron a hacer más llevadero aquel año. Volví a los Buendía en la edición conmemorativa de la RAE. Tanto uno como otro autor, pero en mayor medida el colombiano, están presentes en mi biblioteca y en mis lecturas con varias obras. Como Roberto Bolaño, cuya lectura también me apasiona. 2666 lo encontré en una librería de viejo cuando buscaba Los detectives salvajes hará unos 10 años y saqué tiempo para seguir el rastro de Archimboldi y vivir los crímenes de Santa Teresa.

Siguiendo con la lista, hay autores que conozco o de los que he leído algunas obras, pero no las que aparecen aquí y otros que, lo confieso, ignoro por completo o no he leído nada de ellos. Entre los primeros: Moby Dick, de Herman Melville (leí una adaptación en comic y, por supuesto, he visto la película pero, por extraño que pueda parecer, no he leído la novela), Paradiso, de José Lezama Lima, En busca del tiempo perdido, de Proust (tengo el libro, pero no he encontrado ocasión para leerlo), Dime quién soy, de Julia Navarro (he leído otras cosas de ella como La biblia de barro, es una autora que no me apasiona). Los segundos, sin comentarios, son: Jaume Cabré y Yo confieso, Thomas Pynchon con El arco iris de la gravedad, Laurence Sterne con su Tristam Shandy y, por último, David Foster Wallace y La broma infinita.

Parece ser que se indigestan con mayor facilidad las obras extensas. Las novelas breves, en general, suelen ser pequeñas obras maestras, al igual que ciertos relatos. Y hay autores y temas que, por lo que sea, entran con buen pie en según qué lectores. Yo he dejado de leer obras que no me han llegado, o no he sabido entenderlas. Lo mismo ocurre con los literatos. Unos nos caen bien, otros no tanto. A algunos ni he intentado leerlos, de otros, muchos, no tengo conocimiento. Pero no voy a hacer una hoguera, como animaba Nick Hornby, con los libros complicados, ni siquiera con los malos. El libro, como el pan, es alimento que se besa y se da en la mano. A lo sumo se pierden, se regalan o se destruyen por accidente (mi perro Travis pasó por una época en que le dio por destrozar libros con una cierta solera cuando se quedaba solo en casa). Hay libros prestados que no retornan nunca y libros que desaparecen en traslados de un domicilio a otro. Por contra los hay que llegan a nuestras manos y no recordamos cómo, o nunca lo supimos. Tal sucedió con Flores entre ruinas de Rumer Godden. La novela me llegó en los tiempos (infancia y adolescencia) en que leía de todo: libros, revistas, tebeos, novelas de a duro…, en, lo recuerdo bien, la edición de Bruguera. Ignoro de dónde procedía, pero guardo memoria de haber intentado leerla en varias ocasiones sin lograr acabarla. Seguramente porque no entendía a la autora o su trabajo se alejaba de los cánones que yo dominaba. El leer a salto de mata, sin un conocimiento previo de la obra y del autor, tiene estas consecuencias. Un buen día, no sé cuándo ni cómo, tal como llegó desapareció. Alguna vez habré de hacer una lista de libros extintos y desaparecidos. O de libros que desconozco o no tendré tiempo de leer. Y es que está capacidad del ser humano de juntar palabras y guardarlas como granos de arena en playas vírgenes, tiende, cada vez más, a infinito. Encontrar, sin necesidad de listas y como flores entre ruinas, las que no ayuden a vivir es deber y tarea de todo buen lector.

 

 

 

miércoles, 27 de septiembre de 2023

POETAS DE LA MAR


El pasado 23 un nutrido grupo de poetas recitó (o recitaron), junto al Mediterráneo, en La Pineda tarraconense, versos y estrofas al viento vespertino, con un denominador común: el mar (o la mar). Allí debí estar yo. No pudo ser por un tonto accidente que me mantiene en casa. Sí lo hicieron dos poemas míos que recitó la organizadora del evento, Mari Paz González. Si, a tenor de lo vivido en esta primera convocatoria de Poetas de la Mar, la cosa se institucionaliza y toma cuerpo cada año, espero estar, oportuna y reiteradamente, presente entre pinos y vestigios romanos. Y es que desde Orto, mi primer libro, donde aparecen 11 poemas marinos, hasta el último Continuidad de la luz, el mar, la mar, ha sido siempre motivo de inspiración. Me costó elegir dos. El primero, que es a su vez el primer poema de Las manos en el río (De donde nace el viento), prácticamente lo eligió (y leyó airosamente) Maripau tras descubrirlo en la red:

Bajé

desde mi altura hacia el río,

bajé

del páramo azotado por el viento, el sol y los siglos,

sediento bajé

para beberme el río,

y se fue de mis labios el agua,

y mi imagen quedó temblorosa en su sitio,

estática, sobre la corriente

que seguía su ritmo

monótono,

el mismo

de siempre,

tranquilo,

seguro,

hacia su eterno destino.              

[……]

El mar es un libro

para leer la historia,

el hecho fortuíto

que todos callamos,

el mar es olvido,

la sangre, la lágrima,

el fin y el principio.

[….]

 

El segundo es el quinto poema de Mi corazón y el mar (Orento), con título provisional para la ocasión:

 

MAR

Desnudos frente al mar sólo es posible

vivir, adentrarse en el cuerpo

tendido a nuestro lado, compañero de espumas,

surcados por la quilla húmeda de los besos

buscar entre las algas agitadas del fondo

una ofrenda de sangre,

asir las tablas rotas, legado de naufragios

antiguos como el hombre o la mujer que somos,

vaciar con las redes pescadoras de sueños

entrañas oceánicas, cordilleras de sombra,

perderse en regiones, abisales parajes

donde palpitan vapores persistentes,

el mito adquiere forma y apareja

el tiempo sus agallas,

renovar en la arena la huella de la noche,

endulzar con saliva los caminos de sal,

y buscar en los ojos del mar enamorado

el verde más profundo donde conjugar la luz.

Amar,  amar tan sólo, sin preguntar siquiera

por qué el amor mantiene a flote,

fuera del mar, la vida.

 

El mar (el mar, la mar —¿qué importa?—) lo descubrí en Castilla antes de que mis ojos contemplaran por primera vez el Cantábrico en la bahía se la Concha o se acostumbraran a los rojos atardeceres mediterráneos. Así pude escribir, años más tarde, un Romance marinero de Castilla. El mar de mis primeros poemas es un mar sin  nombre, un mar ideal o arquetípico, como ciertos amores. No sucede tal en Los nombres del agua, acuoso poemario de amor (fue premio Amantes de Teruel en 2020) donde el mar es escenario concreto en muchas composiciones. Hay, pues, muestrario para elegir y da hasta para futuros golpes de esencia marinera. Al tiempo. Disfruten del mar quienes lo tengan cerca en este otoño caliente.




III Premio Internacional "José García Caneiro"

  DESDE EL SILENCIO CIEGO                                     decidme cómo se escribe un poema,                                 un p...