miércoles, 7 de febrero de 2024

SIETE DÍAS SON UNA SEMANA; UNA SEMANA, TODA UNA VIDA



Andaba yo en el bar del hotel Fray Sebastián de Nava de la Asunción, antesala del Premio Jaime Gil de Biedma y Alba, charlando con el alcalde navero Juan José Maroto, José Antonio García-Albi Gil de Biedma, sobrino del poeta y dos miembros del jurado, Fernando Romera y David Ferrer, que acababan de llegar, cuando, ya el botellín apurado sobre el mostrador, una voz con el acento inconfundible de Sardón, aromada de tiempo y de pan, sonó a mi espalda. Me volví, sorprendido, y abracé a otro Jaime, que no era poeta y, seguramente, sería ese sábado la primera vez que oiría recitar un poema, al menos en una entrega de premios literarios. Saludé efusivamente a Yoli, su mujer; la mía, Felicidad, mientras yo cumplimentaba a Amador García Marugan, cronista de la villa, hizo de anfitriona como si en la casa de su poeta se encontrara y estuvo con la pareja de Sardón durante todo el acto que no tardó mucho en comenzar. Acabado el mismo, tras el refrigerio y las despedidas, nos quedamos un rato charlando los cuatro en la terraza (hay que hacer alguna concesión a las mujeres fumadoras) y me vino a las mentes otra noche semejante cuando recalé, tras muchos años de ausencia, en mi pueblo natal acompañado por mi esposa, su hermana Eugenia y el cuñado Michel. En el bar JAC se prolongó la tertulia preñada de recuerdos y risas hasta altas horas de la madrugada. Era una noche estival tan fresca como estas noches inverno-veraniegas que nos toca vivir apenas iniciado febrero con la procesionaria bajando de los pinos y los animales desorientados dudando si dormir o copular.

Yo nací un martes, 18 de septiembre de un año del mono que dicen y celebran los chinos, y los occidentales, sin norte ni dios, acabaremos incorporando a nuestro ecléctico acervo. Yo nací un martes y, justo una semana después, otro martes, mira tú, vino a nacer en la puerta de al lado, Jaime. Digo en la puerta de al lado porque entonces se tenía la costumbre de nacer en casa, atendida la madre por la partera y, a veces, con el médico presente. De estos (Carmen y Milagros, vecinas, con Jaime y yo en sus vientres nadando en el líquido amniótico de la felicidad) y otros embarazos paralelos hablé allá por 2018 en Los 52 golpes. Jaime y yo crecimos puerta con puerta al principio, y un poco más alejados, con el casoplón de los queseros por medio, cuando su padre se hizo cargo de la panadería del abuelo Román tras su fallecimiento. Siempre en la misma calle de las Eras. Siempre a una semana de distancia. Yo era virgo por los pelos y él, libra por poco. Yo tenía una hermana mayor, él, dos hermanos; luego le vino una hermana y tres hermanos más. Él tenía tíos y tías en el pueblo que le daban la propina los domingos; yo los tenía en Quintanilla y Valladolid, los veía pocas veces y no me daban propinas. Crecíamos a la par, a veces él era más alto, a veces lo era yo. Pero en la adolescencia me dejó atrás, abajo más bien. A él lo alimentaban mejor.

Fue mi primer amigo y, aunque a veces, siempre por poco tiempo, no nos ajuntabamos, éramos miembros permanentes de la pandilla infantil que jugaba en la calle y en los campos recolectando, sin saberlo, recuerdos para el mañana que ya se nos está acabando. Fue mi primer amigo y, aunque las circunstancias nos hayan alejado más de lo aconsejable, será también el último porque yo moriré una semana antes (no revelo cuándo por mantener un poco de suspense).

Jaime se vino hasta Nava desde Sardón para darnos un abrazo como si el tiempo y la distancia no fueran dolorosos fenómenos físicos que alejan a los hombres, como si hubiera pasado tan solo una semana desde la última vez que nos vimos o desde que éramos niños. Y es que en una semana cabe un mundo y toda una vida cabe.



 

 













No hay comentarios:

Publicar un comentario

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...