lunes, 2 de octubre de 2023

FLORES ENTRE RUINAS

 



De vez en cuando aparecen en prensa e internet listas de libros realizadas, siempre subjetivamente, con mayor o menor acierto, mala baba u ocultos intereses. Hace unos días me topé con la de los 15 libros que casi nadie ha terminado (aunque lo afirme), lo cual ya es un juicio pedante. La miré por curiosidad y por ver si acertaba con alguno que no he podido digerir. ¡Y lo hizo a la primera!

Encabeza la lista el Ulises de Joyce. Adquirí la obra del dublinés (dos volúmenes de la colección de Seix Barral, Literatura Contemporánea) a principios de los 80, junto con otras de la misma serie que me interesaban y no había leído por aquel entonces. Pero mientras aquellas (Los santos inocentes, Mazurca para dos muertos, Octubre, octubre, Las afueras…) engrosaron mi acervo lector, no pude con el periplo diario de Leopold Blom y lo dejé para mejor oportunidad. Retomado en un par de ocasiones que estuve de baja, no logré concluir ni el primer tomo. No descarto, empero, un próximo y definitivo acercamiento.

Aparecen, en segundo lugar Guerra y paz, de Tolstoi y en el cuarto, Crimen y castigo de Dostoiesvski. Aquí el listero da en hueso. Leí en mi adolescencia a los autores rusos y franceses del XIX en ediciones de bolsillo (la mayoría, creo, de la colección Reno de Plaza y Janés). Libros que tomaba de la biblioteca de mi hermana, mamotretos que no acababa de digerir porque no era, seguramente, el momento adecuado para su lectura que concluía, pese a todo, con heroica complacencia. También yerra con 2666, de Bolaño, Rayuela, de Cortázar, Cien años de soledad, de García Márquez o El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, naturalmente. El Quijote lo leí completo en edición de bolsillo y papel casi biblia, con 14 o 15 años. Y lo he releído posteriormente en otras ediciones, según me iban interesando algunos capítulos o poemas. En Macondo y en los amores de Horacio Oliveira y la Maga me introduje con gran placer en los largos días vacíos de la mili, allá por el 79. El realismo mágico de Gabo y las propuestas de lecturas del argentino contribuyeron a hacer más llevadero aquel año. Volví a los Buendía en la edición conmemorativa de la RAE. Tanto uno como otro autor, pero en mayor medida el colombiano, están presentes en mi biblioteca y en mis lecturas con varias obras. Como Roberto Bolaño, cuya lectura también me apasiona. 2666 lo encontré en una librería de viejo cuando buscaba Los detectives salvajes hará unos 10 años y saqué tiempo para seguir el rastro de Archimboldi y vivir los crímenes de Santa Teresa.

Siguiendo con la lista, hay autores que conozco o de los que he leído algunas obras, pero no las que aparecen aquí y otros que, lo confieso, ignoro por completo o no he leído nada de ellos. Entre los primeros: Moby Dick, de Herman Melville (leí una adaptación en comic y, por supuesto, he visto la película pero, por extraño que pueda parecer, no he leído la novela), Paradiso, de José Lezama Lima, En busca del tiempo perdido, de Proust (tengo el libro, pero no he encontrado ocasión para leerlo), Dime quién soy, de Julia Navarro (he leído otras cosas de ella como La biblia de barro, es una autora que no me apasiona). Los segundos, sin comentarios, son: Jaume Cabré y Yo confieso, Thomas Pynchon con El arco iris de la gravedad, Laurence Sterne con su Tristam Shandy y, por último, David Foster Wallace y La broma infinita.

Parece ser que se indigestan con mayor facilidad las obras extensas. Las novelas breves, en general, suelen ser pequeñas obras maestras, al igual que ciertos relatos. Y hay autores y temas que, por lo que sea, entran con buen pie en según qué lectores. Yo he dejado de leer obras que no me han llegado, o no he sabido entenderlas. Lo mismo ocurre con los literatos. Unos nos caen bien, otros no tanto. A algunos ni he intentado leerlos, de otros, muchos, no tengo conocimiento. Pero no voy a hacer una hoguera, como animaba Nick Hornby, con los libros complicados, ni siquiera con los malos. El libro, como el pan, es alimento que se besa y se da en la mano. A lo sumo se pierden, se regalan o se destruyen por accidente (mi perro Travis pasó por una época en que le dio por destrozar libros con una cierta solera cuando se quedaba solo en casa). Hay libros prestados que no retornan nunca y libros que desaparecen en traslados de un domicilio a otro. Por contra los hay que llegan a nuestras manos y no recordamos cómo, o nunca lo supimos. Tal sucedió con Flores entre ruinas de Rumer Godden. La novela me llegó en los tiempos (infancia y adolescencia) en que leía de todo: libros, revistas, tebeos, novelas de a duro…, en, lo recuerdo bien, la edición de Bruguera. Ignoro de dónde procedía, pero guardo memoria de haber intentado leerla en varias ocasiones sin lograr acabarla. Seguramente porque no entendía a la autora o su trabajo se alejaba de los cánones que yo dominaba. El leer a salto de mata, sin un conocimiento previo de la obra y del autor, tiene estas consecuencias. Un buen día, no sé cuándo ni cómo, tal como llegó desapareció. Alguna vez habré de hacer una lista de libros extintos y desaparecidos. O de libros que desconozco o no tendré tiempo de leer. Y es que está capacidad del ser humano de juntar palabras y guardarlas como granos de arena en playas vírgenes, tiende, cada vez más, a infinito. Encontrar, sin necesidad de listas y como flores entre ruinas, las que no ayuden a vivir es deber y tarea de todo buen lector.

 

 

 

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