martes, 26 de septiembre de 2023

CONVALECENCIA

 


Conservo vagos recuerdos de convalecencia infantil en la penumbra de la alcoba familiar hasta donde se llegaba María Jesús con una caja enorme llena de tebeos de su hermano Sebi, para hacerme llevadera aquella enfermedad que he olvidado. Fuera todo eran gritos y luz, pero yo era feliz en mi aislamiento leedor y visorio. Escribo ahora con la pierna derecha escayolada en un recogimiento forzoso a consecuencia de un mal paso, un traspié, una simple torcedura de tobillo que devino en fisura (fractura según reza el parte médico) del peroné a la altura del maléolo. Serán tres semanas de convalecencia si todo va bien. Tres semanas sin tebeos y mucho trabajo pendiente (lecturas, catalogación de libros, escritos por revisar y ordenar, nuevos poemas…) que no pondré al día. Con el pie en alto, al menos la primera semana, escasa labor, por poco física que sea, se puede realizar. Estar convaleciente es como estar de vacaciones en un lugar que no hemos elegido, pero donde no hay pan buenas son tortas, y quien no se consuela es porque no quiere y, en última instancia, estamos vivos que es lo importante. O no. Algo, aparte de leer cualquier libro relegado en su día por falta de tiempo, atender mínimamente a las redes sociales, ver un poco de televisión y participar en ciertos concursos, tendré que hacer, algo como escribir estos golpes reiniciados con el mes de septiembre, ya autumnal como yo mismo. Y recordar otros forzados relajamientos que me puedan venir a la memoria, salvedad hecha de enfermedades benévolas y accidentes leves (el herpes que tuve cuando estudiaba maestría mecánica interno en Valladolid o el accidente que sufrí trabajando en Sabadell al taladrarme el dedo índice izquierdo con una broca del seis.) Puedo reseñar dos importantes convalecencias por accidente y enfermedad graves. A saber, la del 97-98 y la de 2016. Con dos fechas grabadas en mis carnes: 18 de junio de 1997, miércoles y 16 de julio de 2016, sábado. En la primera, pasado el mediodía, caí de una escalera realizando trabajos de inspección de soldaduras en la estación de Magoria en Barcelona, con resultado de fractura de tibia y peroné de la pierna izquierda y rotura de ligamento interior en la rodilla derecha, amén de una brecha en la cabeza. Un cromo, vamos. Pronóstico grave. Estuve de baja un año y un día. En la segunda, también de pronóstico grave, también pasado el mediodía, sufrí un infarto en casa mientras preparaba la comida familiar del fin de semana. La rápida actuación de mis hijos que me llevaron a urgencias me permite contarlo aunque sea con dos stents y una parte del corazón necrosada. Aquí apuré el tiempo de baja y pasé a incapacidad  permanente hasta que me jubilé en 2021. Se puede decir que aún estoy en periodo de convalecencia.

Tras publicar De donde nace el viento (1989), me planteé dejar de escribir lo poco que escribía ya. Tenía árboles, libros y tres hijos y decidí plegar. Me hice la vasectomía física y literaria. Hijos no he tenido más, libros sí; de los árboles ya hablaremos. Resolví dejar de escribir porque veía la cuarentena cerca y ningún beneficio, como no fuera la íntima satisfacción personal, al hecho de llenar cuartillas con poemas más o menos decentes e intentar ver más allá que el común de los mortales por encontrar inspiración e ideas para desarrollar una narración atractiva. Y en ese retiro andaba cuando sobrevino el accidente. La recuperación fue larga y dolorosa. Anduve en silla de ruedas un tiempo, luego con dos muletas y con una después hasta que aprendí a caminar de nuevo. Durante la larga recuperación, amén de hacerme adicto a la 2, el antiguo UHF, y dedicar gran tiempo a la lectura, como no podía ser de otra manera, también, la ocasión la pintan calva, escribí alguna cosilla, como una serie de  poemas a los cuales di el título de Los pasos quebrados, referidos al accidente, convalecencia y recuperación. Un poemario que permanece inédito a excepción del poema escrito cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco recogido en una página de internet dedicada a su memoria. Poema que, eliminado de la última versión del libro nonato, se integrará en otro que ya apunta salir a la luz. Los tiempos de asueto forzado dan para mucho, incluso para comerse el coco y parir una buena obra. Si se tiene capacidad, claro, no pidamos a las piedras pan. Capacidad y voluntad, que esa es otra. La tentación de dejar pasar el tiempo cuando no se vislumbra un cercano final del ascetismo, es grande. La cosa en 2016, tras pasar por la UCI, fue distinta porque ya había comenzado a escribir de nuevo y, con casi 60 años, veía el parón como antesala (así resultó ser) de la jubilación. La jubilación, como en su día lo fue el servicio militar obligatorio y, posteriormente, la larga reclusión a causa del Covid, es una convalecencia metafórica, un retiro espiritual y metafísico que hay que saber, y poder, gestionar con cabeza. Desgraciada o afortunadamente, el final, sin spoiler posible, ya es de todos conocido. Esperemos que el cuerpo y la mente aguanten sin demasiado deterioro esta última recuperación para encarar el futuro con dignidad y entereza.

 Fotografía:

Xiruca recuperándose en La Guàrdia (Batet-La Garrotxa) y soñando con la Costa Brava

 de Josep Palomé Abadias tomada de Intermet.


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