jueves, 30 de octubre de 2025

II certamen nacional de poesía Habla

 


LA CASA JUNTO AL ARROYO

 

 

He regresado hoy

recobrando paisajes

a la casa perdida

en el filo del tiempo.

                                                               RAMÓN GARCÍA MATEOS

                                                                 

 

Poetas bajo la lluvia. Urueña



(Arroyo)

                                                                                     

Traslúcida y fría, como

               cristalino acero, el agua

del arroyo por detrás de las casas,

cascabel sinuoso, lamía

los tapiales y la cal de las sábanas.

 

Venía de la remolacha y el trigo,

               el pinar rumoroso y los alcores de nubes.

Cruzaba bajo la sombra de los puentes

—carreteras, caminos, la vía y un revuelo de golondrinas—.         

Los niños de entonces hollábamos

descalzos las ovas de seda

               buscando cangrejos y tesoros;

eran nuestros brazos tajamares de carne.

Conformábamos sueños a navaja,

en astilleros de sol y de quimera

construíamos barcos,

               casco de roña, velamen de entusiasmo,

para navegar la corriente fría,

cortante —ya dije—, rápida, acerada.

Corríamos luego junto al cauce,

nos deteníamos a veces

               oteando un momento desde una alcarria

el lejano origen del mundo,

descendíamos paralelos al agua —arroyos también

de pantalón corto— hasta llegar al río.

Allí acababa el viaje, se iniciaban los sueños.

               El padre Duero pedía más caudal,

más barcos construidos con papel

y corteza de pinos. Mirábamos las naves

zozobrar o perderse en las aguas enormes,

sentíamos el río como un latido vivo.

 

               Volvíamos a casa soñándonos marinos.        

 

Con el poeta Francisco Javier Hernández Baruque
 


(Desván)           

 

Era el desván reino de fantasía.

Edén de pámpanos colgando de las vigas.

Arcones llenos de recuerdos que iba haciendo míos.

Y el estuche de la dulzaina sin la dulzaina con que mi tío abuelo

               alegraba las fiestas.

Encinas, el dulzainero —¿nunca oíste hablar de él?—

ensayaba su célebre corrido.

El aire seguía el compás bajo las tejas.

El aire, años después, por la abierta tronera

               llevaba el compás del silencio brotado

de la caja azul de la dulzaina donde guardaba cromos

y santos en los lentos veranos de mi infancia.

El estuche, la caja, sin recuerdos, ataúd de la memoria,

una memoria anterior a la mía. Ritmos, músicas, vidas

               de las que nadie me habló y pueblan mis mutismos.

 

Era el desván, las golfas, el sobrado, mi reino.

Allá subía de madrugada, con los primeros cantos

de las aves del día y el eco apagado de los gallos.  

O en las tardes de otoño cuando la tormenta acechaba

               en el horizonte con un relampagueo de aceros

en el aire cargado de ozono y de conquistas.

Allá me tumbaba mirando al techo, las telarañas

del techo, la exigua cosecha de moscatel colgando de las vigas

o aquella golondrina alocada y confusa

               buscando una salida al viento libre de los aleros.

Allá cerraba los ojos cuando el silencio lo inundaba todo

e imaginaba el mundo anterior a mí,

el mundo sin mi presencia.

Todo negror, porque quien imaginaba el mundo no podía verlo.

               Así era y así será después, cuando me vaya, pensaba.

Cogía entonces el estuche de la dulzaina pleno de sueños

y bajaba corriendo al portal para ordenar los cromos,

una vez más, sobre el frío tangible de las baldosas.      

 

En el desván quedaban los sueños, los fantasmas,

               las resecas osamentas de los sarmientos,

los cadáveres de un vuelo sin retorno

y sin posible salida al aire, al sol, a la vida,

la oscuridad de los nonatos

y el terrible silencio de la dulzaina,

               sin cuerpo ya y sin memoria.

 

Era el desván, también, ahora lo sé, un mundo ajeno.

Un orbe por descubrir

en las noches sin luna

cuando iluminan los muertos su propio desamparo.     

 

               Allí, allí aún aguardo oír mis propios pasos.                 

Oír mi propia voz perdida,

las palabras como cromos, ordenadas

en el estuche azul de la memoria.

               No son nada y lo son todo.

Son el mundo del silencio,

acordes sin sonido, instrumento sin cuerpo

que en el recuerdo vibra y pasa

por la pantalla blanca del tiempo fugitivo.      

 

Con la poeta Esperanza Párraga Granados
 

(La casa)

 

No está la casa ahora. Es un pequeño

vacío inmenso cerrado a cal y canto,

abierto a los recuerdos de almendro florecido

               en la tarde infantil de adobe y de ceniza.

Presiento tras el muro que preserva la calle 

de fantasmas y sueños, el eco de mis pasos,

la oscuridad total de las noches sin luna

y las letras caídas que arrinconó el viento

               en el ángulo oscuro de la estancia silente.

Gimen sin pozo claro las palabras ahogadas

que segara el estío y no alzaron el vuelo.

Golondrinas erráticas ya no encuentran aleros

donde dejar sus sueños de barro y de esperanza.

El arroyo es un cauce seco sin sueño y sin mañana

y el desván un grito ahogado en el vacío.


2º Premio II Certamen de Poesía Habla, Valladolid, 2025

 




Diversos momentos de la entrega de premios y cena posterior

Obsequios






III Premio Internacional "José García Caneiro"

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