ETIMOLOGÍAS
Nos
recordaba Irene Vallejo en el Heraldo
de Aragón que ministro deriva del latín minus,
es decir menos, en cambio, maestro lo
hace de magis, lo más, lo fundamental.
“Para los clásicos, era más grande enseñar que gobernar. Sabían que la educación
es, más que ningún oficio, el territorio donde soñamos y creamos el futuro. Una
profesión que merece el más alto prestigio y la mayor gratitud. Deberíamos
plantearnos qué valoramos más como sociedad, quiénes son encumbrados por la
fama y los medios. Las etimologías responden: pasar de un ministerio a una
escuela supone un ascenso.”, concluye. Uno que ya tiene edad para haber sufrido
a muchos políticos y recordar con añoranza a quienes forjaron sus sueños y
su futuro, está de acuerdo con ella. Las
palabras guardan en su ADN el germen de lo que fuimos y nos empeñamos en
olvidar.
A quienes
las usamos a menudo, nos gusta desnudarlas, conocer sus intimidades, sus
secretos más recónditos. No es suficiente con saber sus, a menudo, múltiples
significados que inducen al equívoco y al retruécano. Se hace necesario
descubrir su árbol genealógico, las mezclas e impurezas minerales que las han
hecho evolucionar adecuando sus significados a los tiempos actuales. Yo, que no
he estudiado filología, ni nada de provecho, amo las palabras. Mas desconozco tantas…, ignoro tantos orígenes,
fuentes, procedencias… que la raíz sugiere… tanta evolución natural… El
filólogo es un darwin de las
palabras. Yo, un buscador de oro en minas esquilmadas por íberos, romanos,
godos, árabes, judíos y otros gentilicios más alejados y cercanos…, que la
lengua se enriquece continuamente, aunque a veces pueda parecer todo lo
contrario y algunas lleguen a morir.
Las Etimologías de Isidoro de Sevilla, así llamadas porque buscaba los orígenes de las palabras relacionadas con cada tema tratado, son una compilación de todo el saber universal en lo que fue el renacimiento visigodo durante la temprana Edad Media, en la península ibérica, doctamente expuesto. Y es que rastrear el árbol genealógico de las palabras nos conduce a la perfección edénica que nunca existió, a las grafías que fijaron las voces que el viento puso en boca de los hombres. La etimología investiga y descubre mucho más que el origen y desarrollo de las palabras que conforman la evolución de las lenguas del mundo que habitamos: nos instruyen y sacan a la luz el saber y los conocimientos de nuestros antepasados. La historia de las palabras es la historia del mundo. La historia comienza cuando se habla y se escribe sobre los acontecimientos que van sucediendo y sucediéndose. Y el saber consiste en no perder la nunca la memoria. Saber y sabor derivan del latín sapere, “tener inteligencia, ser entendido, tener gusto, ejercer el sentido del gusto, tener tal o cual sabor” (Corominas). Sin saber, o sabor, la vida resulta insípida.
Cuando se domina un buen número de palabras bucear en las etimologías resulta un saludable ejercicio lúdico y vivificante. También expiatorio de los errores y horrores cometidos por el hombre.