martes, 24 de mayo de 2022

EDITAR EN PAPEL

Cuando presenté Orto, mi primer libro, en la casa de Andalucía de Barcelona, allá por el 79 u 80, conocí a Julián Gustems, un escritor que me facilitó direcciones de revistas en las que él publicaba y contactos para avanzar en la intrincada selva de la publicación de la propia obra, que, a fin de cuentas, es lo que buscamos quienes aspiramos a escribir con cierta asiduidad. Si uno no ve en papel lo suyo, no puede avanzar en la consecución de un estilo personal ni enfrentarse a nuevos retos. Probé con varios de ellos y fue el periódico mexicano El Siglo de Torreón, quien se mostró más receptivo. En su Taller Literario Don Quijote vieron la diáfana luz centroamericana, varios poemas que luego formarían parte de De donde nace el viento. Aparecieron también dos pequeñas prosas. He extraviado el original que siempre remitían, pero conservo una fotocopia que apareció hace unos días y me ha permitido reproducir una de ellas (Remanso) en la semana 18.

El texto de la 19 (Salamanca no otorga), pertenece a una vivencia que envié al Orola de este año, cuyo tema es  La Escuela de Salamanca. He de decir que la otra ya ha sido seleccionada para la antología de este año. Y van 10, si mal no recuerdo. Algún día hablaré de este certamen con detalle.

Últimamente he asistido a dos presentaciones de dos libros de peso: Los castillos templarios de España (526 páginas) de Jesús Ávila Granados y Letras Flamencas III (544 páginas). La presentación del primero aconteció en la biblioteca de Sentmenat donde tuve ocasión de saludar al amigo común Jaume Baigual con quien, muy posiblemente, compartiré recital, un mano a mano de versos, él en catalán, en castellano yo. Escuchar a Jesús Ávila hablar de los templarios es puro deleite. En este libro (el 117 de su prolífico autor) cataloga y explica 162 fortalezas, algunas en irreversible estado de deterioro. Tuve ocasión de charlar antes y después del acto, con Jesús y de degustar un par de vasos de vino de Batea (Terra Alta). Una tarde de miércoles bien aprovechada. Como lo fue la mañana del pasado domingo en la peña Los aficionados de Cornellà donde se presentó el tercer volumen que recoge, como los anteriores y los que vendrán, letras flamencas premiadas en el certamen que en Barakaldo organizan los Hijos de Almárchar de la localidad vasca. Este año van por la XXXVI edición y pienso participar. Cerró la matinal, con joven maestría y con el público puesto en pie, la cantaora sevillana Sonia Miranda, bien acompañada por Antonio Luis López a la guitarra. Luego vino el tapeo y la cervecita, como es de rigor.


Anteriormente hubo dos presentaciones en Cambrils que me perdí, pero que no puedo dejar de reseñar por la enorme calidad de las obras y los autores (hijo y padre, por orden de presentación): Cenotafios de Germán García Martorell (Premio Nacional de Poesía Jovén Félix Grande, 2020), se presentó el 19 de abril. Es, según Fernando Parra (Diari de Tarragona, 18/04/2022), “una auténtica ontología del lenguaje explorada desde el propio lenguaje poético, metaliteratura de altos vuelos con vocación transcendente.” Ramón García Mateos presentó su Comer, beber y contar tres días después. En la mesa, como maridaje para estas historias arrimadas a la cocina de la necesidad, vino... y agua (para disimular) Espero no tardar mucho en pasar por la villa marinera y traerme los dos ejemplares firmados.

En menos de un mes tendré en mis manos Un puente atraviesa la noche, obra de teatro breve premiada en Albolote, editada junto a los otras ganadoras y accésits. También será representada. Un buen motivo para volver a Granada y pasar una semanita intensa y enriquecedora, tanto en lo material (¡qué buenas tapas!) como inmaterial (Federico y la Alhambra me esperan.)

Hablando de libros, Continuidad de la luz tiene luz verde para abrir los ojos al mundo en Silva ediciones. Ya lo están maquetando y Ramón García Mateos anda con el prólogo, que presumo singular y sobresaliente, como toda su obra. Prosigue la línea, iniciada en Orento, de recoger en una de sus secciones poemas premiados, en esta ocasión de 2015 a 2020. Y habrá continuidad en unos años, seguro.

Seguro y contento estoy. Y es que publicar en una editorial tradicional en estos tiempos que corren es un lujo que hay que aprovechar.


miércoles, 18 de mayo de 2022

SALAMANCA NO OTORGA

                                   

Yo, señor, nunca tuve oportunidad de saber. Mi casa era pobre con el retrete fuera. Hube de ingeniármelas para sobrevivir en tierra de pícaros y estudiantes. La necesidad aguza el ingenio mas impide el conocimiento que da una vida relajada. Tampoco era yo fácil de entendederas. “El Poíllo”, pongo por caso, también menguado de posibles, poseía en cambio inteligencia innata para comprender las cosas que leía o escuchaba. Así obtuvo la beca que le permitió estudiar en Valladolid una Maestría de esas que te resuelven el oficio que en el futuro te dará de comer. Cierto que tenía mimbres para más altas cotas, pero ganar el pan de cada día precisa sacrificios y no fue más allá. Empero yo abandoné pronto la escuela. Ahora que intento aprender por mi cuenta, comprendo la importancia de tener buenos maestros y medios para estudiar en su tiempo y lugar.

Yo no soy ilustrado y esta afición por leer me llegó tardía. Ya me hubiera gustado ser de otra pasta y condición y aprovechar mis correrías por la ciudad de otra manera. Vivir en la pobreza, bien lo sabe usted, coarta el acceso al conocimiento que la escuela y la universidad otorgan. Si ser pobre es duro, serlo en Salamanca aún lo es más. Quien no tiene oficio ni beneficio está expuesto a mayores tentaciones y peligros que una persona cultivada y con la vida encarrilada por la próspera senda del bien y la tranquilidad. Así, tempranamente, en vez de aulas frecuenté celdas y cuartelillos. Y estaba de Dios que acabara con las manos manchadas de sangre. No sé si la pobreza y la incultura son eximentes, pero ciertamente con ellas se pagan de por vida los errores que uno pueda cometer. Con ellas y los años de cárcel que llevo cumplidos, considero saldada mi deuda. Pero, ¿quién me resarce a mí por la mezquina vida que me tocó en suerte? 


domingo, 15 de mayo de 2022

REMANSO

 


Mi compañera se me cuelga del cuello y, muy pegada a mí, resbala hasta el suelo, se enreda entre mis pies. Ella sabe que no conseguirá hacerme caer y disfruta zancadilleándome en vano. A veces miro hacia abajo para verla: está ahí, asomando apenas la cabeza, mirándome oscura, sin ojos, imagen de un espejo sombrío y primitivo. Pesa el sol, cuesta mover los pies y se fatigan los ojos propicios al espejismo en esta hora alta. Y acaso sea un sueño, un espejismo de la siesta imposible, este ser que camina con el alma en los pies —el alma es una sombra que viene con nosotros, una sombra sin ojos para no ver nuestra fealdad reflejada en ellos—. 

¿Qué hacer? ¿Qué podemos hacer mi sombra exigua, mínima, y yo, mientras suda el asfalto y el aire se ahoga en un oleaje de calor? Encamino mis pasos hacia el parque. Entro por un camino lateral en un mundo fresco y tranquilo, donde el sol se rompe en mil pedazos contra el espeso ramaje y los viejos árboles dictan su ley umbría y silenciosa. El parque se abre en colores de pavo real, en ronroneo de palomas, en un verde de peces y de hojas, y hasta parece que el aire se levanta tibiamente en un frescor de paraíso. Arcadas y arbotantes naturales coronan las galerías, las cámaras, los corredores de la inmensa catedral donde se adora al más antiguo dios, y yo, empequeñecido, solitario, rendido, me siento en un banco sin atreverme a pensar siquiera. El tiempo se ha detenido de repente. No cabe ya sino abandonarse, recobrar el panteísmo perdido, el placer natural y sencillo, ser el yo primitivo de un tiempo diluido. Irse lentamente, sin sombra, en un mundo de sombras…

…Imposible continuar así, en esta encrucijada de tiempo, umbría y sosiego. Imposible, y lo comprendo cuando el ámbito se llena de gritos y colores extraños. Pasan por las avenidas los vendedores de barquillos y el fotógrafo ambulante instala estratégicamente su trípode. Pasan ojos que miran sin ver y ojos que ven sin comprender. Pasan manos y pies. Pasan frutos secos, cigarrillos, vientres, ocios. Pasa un mundo abigarrado y confuso que busca el espectáculo gratuito del pavo real enamorado, la blanca majestad del cisne —el gran pato blanco— o el torso de un árbol donde grabar el instante fugitivo. Van pasando, es su hora, la hora del coro, del gran yo colectivo, de la costumbre y el uso, y debo abandonar la escena.

El sol ha ido abandonando paulatinamente su altura de fuego. Camino de espaldas a él, tras de mi sombra que va alargándose como una mano, buscando asir las sombras de la noche. Una marea lenta, arrolladora, camina por las calles, se apodera de las terrazas, penetra en las tiendas, los cines, los parques. Un río desbordado, un agua turbulenta, sin remansos, avanza. Podría huir, indicar el camino a esa mariposa vacilante, perdida entre hormigón y acero, pero, resignado, abúlico masoquista, continúo mi deambular, buscado ahora una copa y un amor con que engañar mis sueños.   

miércoles, 11 de mayo de 2022

PALABRAS

 


En mi juventud, cuando ya concebía poemas decentes y me obligaba a escribir en prosa pensamientos, crónicas, vivencias… para lograr soltura, leía, entre otros, los artículos de Julián Marías que escribía en Triunfo sobre cine y, sobre todo, leía a Francisco Umbral. El estilo periodístico de Umbral, y el literario también, es original y único. Leía sus artículos cuando los tenía a mano y, por aquella época, me hice con Las ninfas y Los helechos arborescentes. Creo recordar que es en el primero, que fue premio Nadal, donde habla del  escritor adolescente y de la necesidad, como decía Baudelaire, de ser sublime sin interrupción. Y a ello aspiraba yo, aprendiendo a salto de mata, sin orden ni concierto, en un revoltijo de lecturas variopintas, y tirando de diccionario para ir paso a paso moldeando palabras en la adobera, palabras que ponía a secar al sol de las frías noches castellanas a fin de usarlas sobre aquellos primeros cimientos del que sería sublime edificio futuro. Leía a Paco y lo tuteaba embebiéndome en su estilo mientras buscaba el mío propio. Leía al autor de Mortal y rosa, al filósofo Marías y a Miguel Delibes  porque los tres estaban vinculados a Valladolid. Marías nació en la ciudad del Pisuerga y creció en Madrid, Umbral hizo el recorrido contrario y Delibes fue vallisoletano toda su vida. Paco me descubría una ciudad romántica y canalla y Miguel una Castilla rural que difería de la que yo conocía y un habla de pueblo que desconocía. Ambos despertaban en mí  el amor a la tierra y el gusto por las palabras bien fraguadas y enlucidas. La escritura de Julián era más académica, más de aprender y gustar del cine que también ocupaba gran parte de mis ocios. Luego vinieron otros muchos autores y los diccionarios enciclopédicos. Y fui aplomando palabras en estantes de viento, tochos de arcilla, hormigón, mármol… para tornar después a los orígenes, a esas palabras campesinas y aladas que me acompañan en este retiro de relecturas y reescrituras mientras cae la tarde, el telón del drama, o un the end infinito desde  la macilenta pantalla. Continuo leyendo, explorando nuevos autores y autores olvidados, descubriendo palabras, tesoros en yacimientos velados o bajo el cielo más nítido. Soy deudor, como todos, del verbo que uso, de los materiales y la estructura y hasta es posible que lo que ahora digo ya haya sido dicho. Porque usamos el lenguaje como un don, como un legado para construir belleza intangible, una obra, un poema que nos sobreviva sobre el cenotafio que alberga las últimas palabras.

 

domingo, 24 de abril de 2022

DONDE EL MAR NO SE VE



Y ahora va la abuela y nos dice el cuento del marinero que nació tierra adentro. La abuela narra historias a todas horas porque viene de un tiempo donde la palabra era más valiosa que pan tierno, cuando los grandes hablaban y los pequeños escuchaban, y todos estaban de acuerdo con la ordenación del mundo.
 —Santiago —cuenta— nació lejos del mar, en un lugar tan retirado como esta aldea nuestra. En aquellas fechas, mucha gente de aquí y de allá ignoraba que cosa era el mar, algunos ni siquiera habían oído de hablar de él. Cierto día, ya adolescente, unos zíngaros que recorrían caminos y pueblos estañando cacerolas, afilando cuchillos y tijeras, reparando enseres de cultivo, danzando y entonando canciones, recitando aleluyas y versos, narrando acontecimientos tan extraordinarios como verídicos y ganándose con esto la vida y el cielo, mencionaron la mar, ¡qué digo!, la dibujaron con palabras, sonidos y voces tales que parecía que las olas bajaran como una galerna por las montañas y se amansaran avanzando plácidamente por el valle donde discurre nuestro río, ignorante, entonces como ahora, de su destino marinero. Hablaron de monstruos que salían de sus escondrijos abisales para llevarse los barcos al fondo, de tesoros perdidos y nunca encontrados, de intrépidos marinos que descubrieron tierras fabulosas e imposibles de imaginar. Mencionaron también a los pescadores que faenaban días y noches en el mar para aprovechar sus recursos jugándose la vida. Cuando se marcharon, Santiago desapareció, no estaba en parte alguna. Muchos años después se supo que había ido con ellos para ver el mar. Y se quedó allí. Salía a faenar por la costa del Garraf y tuvo un hijo que un buen día, buscando sus raíces, hizo el viaje en sentido contrario.
 Yo escucho a la abuela fascinado y boquiabierto y me imagino, pescador como Santiago, cobrando un pez enorme que calma el hambre de toda la familia y mi hijo ya no quiere alejarse, porque a pesar de que la mar es dura y exenta de lujos para las gentes del litoral, para los pueblos que pierden esforzados marinos entre las olas embravecidas de voraces fauces misteriosas cobrándose en vidas humanas la pesca que libran en tiempo de bonanza, la vida del marinero es libre y maravillosa.
—Abuela —le digo— me gusta la mar, a pesar de no haberla visto nunca. Yo creo que siento el mismo deseo que sintió Santiago. Siento algo, algo…, algo como tiene que ser el amor. 
—Es una de tantas historias que se cuentan, niño mío. Antes la gente del interior no conocía el mar excepto raras excepciones como la de Santiago, el marinero de tierra adentro. Ahora la gente viaja y muchos han visto lejanas tierras, océanos y mares. Y tú, algún día, también verás la mar. 
—Ya sé que la veré. Pero yo quiero ser marinero. Si todavía vinieran los zíngaros, me iría con ellos. 
—Ay, hijito —dice la abuela, mirando para adentro o atrás, muy atrás, de ella misma... 
La abuela nos habla sin cesar, relata anécdotas, cosas que son verdad y cosas que son mentira. Yo lo escucho y oigo el rumor del mar y de la lluvia como si estuviera dentro de un sueño. Yo ando siempre por encima de las montañas oteando el horizonte, pero el mar no se ve. Y quiero ver el mar. Quizás si lo viera se amortiguaría este deseo que siento de bajar río abajo desde que sé que al final de los ríos siempre está la mar... 

 Y ahora va la abuela y cuenta la terrible historia del niño que subía a la montaña para ver el mar. Como el abuelo aquel que no conoció. La mar estaba tan lejana que no se podía ver. Así que cogió todo lo que consideró imprescindible para viajar hasta ella y, sobre una rueda de tractor, se lanzó a la corriente del río. 
—La vida es como una atracción de feria. Siempre dando las mismas vueltas y siempre cambiante de protagonistas. —La vieja va hablando cómo si lo hiciera para sí misma, sin cesar de mirar hacia la lejanía, hacia un mar que no se ve, una mar que late como la sangre más allá de los montes.

 (Abril, 2022. Escrito con un guiño cómplice a Ernest Hemingway y a Ana de la Arena)

lunes, 18 de abril de 2022

FECHAS

 


Ella se acuerda de todas las fechas. Todos los nacimientos, las bodas, las defunciones. Como lo hicieron siempre las mujeres de la casa. Los hombres recuerdan otras fechas y otros nombres. Sólo ella sabe las efemérides del llanto y la alegría. A mí me agrada escucharla cuando habla. Es como abrir una puerta al tiempo, un portal a una dimensión olvidada. Mi tío conoce las fechas de todas las batallas desde que hay registros históricos. Habla de derrotas y victorias como quien lo hace del tiempo que hizo ayer. El abuelo controlaba los santos y festividades religiosas. Siempre anunciaba la conmemoración del día y, si le daban un nombre, decía cuando se celebraba su onomástica. En casa siempre fuimos muy de fechas. Mi hermano, por ejemplo, es ducho en datar ciertos acontecimientos deportivos y yo ando memorizando nacimientos y defunciones de poetas reconocidos o que me parecen importantes. Cada cual arrima las fechas a su sardina. Y es que hay fechas para todo porque el tiempo no se detiene y hay más días que longanizas. Un primo lejano comenzó con el santoral y ahora se ha pasado a la celebración del día mundial de…, que tiene más caché y  aceptación entre los neófitos. En mi familia coleccionamos fechas como quien colecciona sellos.

Ella sabe todas las fechas y avisa cuando llegan. Mientras tenga memoria estaré viva, dice cuando evoca otros tiempos o nos avisa que nos vamos haciendo mayores. Ayer mismo recordó que su padre nació con el siglo y murió un viernes de dolores. Aquella semana santa también cayó en abril. Pero hoy, lunes de pascua, se ha quedado sentada al sol primaveral en su mecedora y no ha abierto la boca en todo el día. Mi hermano recuerda que el Barça ganó su última champions a la Juve el sábado seis de junio de 2015. Mi tío despotrica contra las guerras actuales. Mi primo, el segundo de tres hermanos, dice que su día es el 12 de agosto. Y yo repaso la generación del 27. Ella calla.

Ella calla y es como si acabara el mundo. ¿Qué vamos a hacer cuando no nos diga quien cumple años mañana, cuándo se casaron las mellizas o cuántos años hace que murió la tía Asunción? Estas cosas no las sabe el facebook. Y ella calla Y mira la puesta de sol. Y se mira para los adentros. Y me mira a mí como diciendo: acuérdate de esta fecha.


domingo, 10 de abril de 2022

AIXÒ ÉS OR, XATA

 



La cuna de la horchata fue durante el pasado fin de semana patria de los versos. Entre aromas de azahar y viento frío, flotaban por calles, por plazas, por esa Venecia mínima que es Port Saplaya. Alboraia se engalanó de primavera y poesía. Los poetas iban, pañuelos y melena oreando en la brisa, con asombro en el rostro y poemas en los labios, de rincón en rincón, del magnífico auditorio frente al Ayuntamiento a los salones Olimpia donde se dio por concluido el encuentro ya de madrugada. El XXIII Encuentro de Poetas en Red propició que l’Horta Nort luciera sus mejores galas para recibir a más de 60 poetas y sus acompañantes. En Facebook numerosas imágenes, vídeos y comentarios lo atestiguan. Fue ocasión para saludar a estimados poetas tras los años de extrañamiento vividos, poner volumen y carne a amigos de la red y conocer a otros. Lástima que el tiempo no dé para mucho más. Es cuestión de continuar ahora fortaleciendo lazos poéticos con la ciudad levantina y otros puntos de España. He estado en Alboraia varias veces, pero nunca la viví así. Volveré como poeta y amigo. La poesía proporciona placenteros momentos y agradables compañías que hacen la vida más amable y llevadera. Lástima que muchas instituciones no se vuelquen con la cultura como lo hizo el consistorio alborayense con con su alcalde a la cabeza y el concejal de cultura con quien mantengo ya contacto. Y, como la poesia és or y hay golpes en la vida que son como el rítmico oleaje de los versos en las aguas tranquilas de un puerto de levante, tras contribuir a la presentación en Cornellá de Arteria, último poemario de la admirada y admirable Consuelo Jiménez, concluí la semana con un botillo berciano en el Nou l’Espantall de Cambrils con la inestimable complicidad de Ramón García Mateos y Juan López Carrillo. La sobremesa se prolongó hasta bien entrada la tarde y Manuel del Ojo puso música para acompañar algún que otro poema que se nos vino a la memoria. Y, como colofón, me volví para casa con la reedición recién salida del horno de la Poesía completa de José Agustín Goytisolo que prepararon en 2009 Carme Riera y Ramón García Mateos en edición crítica. Or pur.  




CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...