sábado, 19 de febrero de 2022

CARTA A AMELIA


                                   

Estimada Amelia inmortal:

¿Me recuerdas?

Yo te recuerdo ahora en estas vicisitudes de la memoria, en esta exploración retrospectiva en que devienen los años cuando uno se levanta a las siete de la mañana, no por la urgencia del trabajo sino por el placer de hacerlo cuando son festivos todos los días, y siente pasar las horas en su justa medida sabiéndose vivo todavía.

Te recuerdo ahora como recuerdo ciertos nombres, ciertos rostros que alguna vez fueron cercanos y el tiempo ha difuminado junto a otros ya desaparecidos para siempre. La memoria es selectiva y el tiempo no pasa en vano. Tal vez debiera decir que la vida no sucede en vano. No fue banal conocerte. Perderte, ahora lo sé, no fue en vano.

Te recuerdo como recuerdo las mujeres que amé, que amo aún. Es infinita la capacidad de amor del ser humano. Y yo, recuérdalo, soy poeta.

Te recuerdo Amelia, inmortal Amanda, la calle mojada, y nosotros ignorando que la muerte jugaba con ventaja en un desconocido estadio de Santiago. Nos callaban tantas cosas entonces…

Te preguntarás por qué ahora, por qué te escribo después de tanto tiempo, cuando las cartas son correos electrónicos y prima la urgencia de tuits y wasaps y tú, te busqué, no estás en las redes sociales que transito, y ya nadie escribe cartas, y el género epistolar es una reliquia del pasado, por qué ahora cuando tú no vas a leer estas misivas y si las lees quizás no te reconozcas como su destinataria.

Tal vez porque he muerto y estoy vivo, porque ya conozco el argumento de la obra y quiero descubrir a través de ti a aquel tímido muchacho que vino a llevarse la vida por delante. Porque estoy lejos, Amelia, lejos de todo y en soledad y leo a Martí i Pol en su idioma que es también mío, y leo a Gil de Biedma y camino por los versos levantados, clavados, ¡ay!, en la dolorida piel de España. Porque nosotros ya no somos los mismos y tal vez estemos amándonos sin saberlo en algún universo paralelo. Porque eres remembranza y uno vive también, o solamente, en sus recuerdos.

Lo cierto es que te escribo ahora, en este nuevo año de esperanza, como lo fue el anterior, aunque nos saliera rana con tanto oleaje pandémico que nos atenaza aún en un disparatado oleaje, un continuo flujo y reflujo de mascarillas y prohibiciones. Saturado de consumismo y felicitaciones repetidas hasta la saciedad, te escribo porque quiero saber de ti en estos difíciles tiempos y contarte, decirte la vida sin ti. Escribirte al ritmo que late mi corazón es buena terapia para estar en paz conmigo mismo. Te escribo porque quiero decirte lo que no te dije o imaginar lo que te conté y no sabré nunca que lo hice porque ya no conservas mis cartas ni memoria de mí. Porque ya no eres tú y eres todas las mujeres del mundo que han amado y se han sentido amadas alguna vez, y sufren, y mueren, y luchan, y viven.

Te escribo como te escribía entonces. ¿Te acuerdas Amanda Amelia? Con el cuerpo destrozado por las balas y una canción en los labios que el tiempo no borró.



sábado, 12 de febrero de 2022

EL POETA QUE FUI


El poeta se forja leyendo poemas y aprendiendo a mirar el mundo que lo rodea con los ojos que la naturaleza le ha concedido, se forma haciendo versos a  imitación de los poetas célebres, o no, con los que se identifica. Esta práctica, esta educación, sea académica o autodidacta, es necesaria para la plena realización de la obra o corpus por la que el autor será conocido. Pero ha de haber un sustrato anterior, un duende, una nacencia, para que el pretendido poeta se realice como tal. Pudiendo darse el caso de quien sea poeta sin saberlo porque no ha desarrollado su capacidad, o sin haber escrito un verso por no poseer la técnica pese a sentirse, de algún modo, distinto a los demás. También hay quien se cree poeta sin serlo porque domina cierto estilo de versificar y hay poetas incompletos y hasta prosaicos. Tiempo habrá de hablar de ellos y aún de otros.  Quiero hacerlo ahora de un niño que tuvo la inmensa suerte de que le enseñaran a leer antes de comenzar la escuela. Mientras los niños de su edad se desbravaban con mi mama me mima, él leía y aprendía páginas enteras de la enciclopedia escolar Álvarez sin comprender bien su significado. Unas veces preguntaba, otras se lo imaginaba. Su afán por la lectura no decayó nunca. Leyó libros de texto, tebeos, revistas, fotonovelas, periódicos atrasados, cuentos, novelas, poesías… hasta prospectos de medicamentos. Aprendió a manejar el diccionario, aun cuando, por no perder tiempo y el hilo argumental, hacía sus propias interpretaciones adaptándose al contexto y errando, claro (o no). Cuando hacían redacciones sobre cualquier tema, el maestro siempre ponía las suyas como ejemplo. A los once años le publicaron una en cierta revista escolar. Leyó la Biblia y el Quijote siendo muy joven. Leyó, sin comprender nada, Espadas como labios y supo que la poesía no tiene una única dirección como la narrativa y que un poema no se comprende entendiendo sus palabras, que éstas sobrepasan diccionarios y modas, que el poeta mira distinto y ofrece su visión a quien va con él para que aprenda a mirar con sus propios ojos. Y comenzó a escribir poemas. En su juventud le confirmaron como poeta en ciernes en una dominical mañana de la biblioteca de la que fuera casa de Cervantes en Valladolid. Quiso, entonces publicar su primer libro. No lo consiguió hasta unos años después cuando dispuso de dinero para sufragar la edición. Qué difícil es publicar el primer libro, y el segundo, y el... Con el tiempo decidió ser escritor y poeta de secano. Como no publicaba tampoco escribía. sin embargo nunca dejó de disfrutar con la lectura de los grandes narradores, columnistas y poetas. Aunque tenía aún el gusanillo de escribir, ese no era  su gremio. Se sabía autor de buenos poemas y versos memorables, pero su tiempo pasó. Tal vez si hubiera muerto joven, alguien los habría descubierto...  

Con la generalización de internet a finales de siglo comencé a escribir en un blog, por aquellos tiempos también se decía bitácora. Parí nuevos poemas, reelaboré otros, escribí algún relato, concluí otros y también una obrita de teatro. Gané premios literarios y pensé una novela que está por escribir. Publiqué (qué difícil sigue siendo editar) un libro, y dos, y tres, y participe en muchos otros. Me jubilé del trabajo que esclaviza las horas para contemplar y contar la poesía que rompe el alba y se anuncia con versos de luz como el pan de cada día. Me jubilé para leer a otros poetas que me eran desconocidos y he ido descubriendo y disfrutando. Me jubilé para mirar atrás sin rencor y caminar hacia adelante sin temor. Para pensar y decir, pese a todo:

Hay que ser poeta y morir en el intento

de crear el poema más hermoso y cumplido

aunque nunca entendamos quien nos dicta los versos.

Y conocer que el poeta que fui me los dicta a mí.

viernes, 4 de febrero de 2022

GUIA PARA RECOLECTAR POETAS

 

 


De Ángel Guinda, recientemente fallecido, no tenía fehaciente conocimiento, ni de su obra, ni de su vida. Ahora que, tristemente, sé de él, libo el néctar de sus poemas, saboreo las palabras que son ya viento definitivo para quienes aún podemos sentirlas. No es  el único caso. Hay grandes poetas que me son desconocidos y quizás muera sin descubrirlos.

Muchos se encuentran en los intrincados bosques de las redes sociales. Algunos, cual vistosos hongos, saltan a la vista, otros se ocultan entre el musgo y la hojarasca, resultando difíciles de descubrir para el micólogo neófito. Aquellos que, lejos de internet, cual trufas selectas se ocultan bajo tierra, son impenetrables al ojo digitalizado. Pero al poeta no basta con sorprenderlo, saber de su existencia y hasta reconocer algunos versos. Hay que llevárselo a casa y cocinarlo a fuego lento.

Aunque poesía es vida, no todos saben apreciarla y gustan el placer de sentar un poeta a su mesa. Algo tan sencillo y bello como la palabra justa y certera, puede pasar desapercibido para gentes prosaicas y desnortadas, incluso para aquellos confesos buscadores de versos que no saben distinguir una amanita mortal de un rovellon o níscalo popular y cosmopolita, bien que su actitud denote lo contrario. Los amantes de la gentil excelencia, del bien decir y la compleja sencillez de lo cotidiano hecho arte, no necesitan de guía alguna para deleitarse con la palabra bien condimentada y certeramente dispuesta sobre el albo mantel de la existencia. Muchos otros, sin embargo, necesitan ayuda para disfrutarla. Guías hay para ello, mas ninguna clara y definitiva, pues el poeta es una especie en evolución continua y la poesía intangible e inefable es.

Llegados a este punto, mi intención inicial de pergeñar un prontuario para descubrir poetas o conocer  si uno mismo lo es, se tambalea. Máxime no siendo versado en el arte o ciencia de hacer versos. Que los hago, sí, pero de oído como los músicos populares que no estudiaron solfeo, hacen música. Quizás convenga tirar de experiencia y vivencias personales y a quien le sirvan, que le aprovechen y a quien no, que busque la felicidad por otros derroteros.  

Aparecen poetas en los terrenos llanos de la infancia, en nanas y recitados parentales y en los primeros bosques de letras cuyo recuerdo nos acompañará toda la vida. Son poetas impuestos por la época, por el gusto e ideología dominantes. Con el tiempo caen en el olvido o sestean en un rincón, mientras unos (¡qué lástima!) se alejan de la poesía y otros la buscamos en almácigas que nos son más afines. Llega un momento, cuando ya conocemos a los autores consagrados por el uso y la Parca, que descubrimos al primer contemporáneo que colma nuestras expectativas (hay poetas, coño, al doblar la esquina) y ya no cabe vuelta atrás. Debemos continuar la recolecta iniciada, buscar en antologías que nunca son completas y en páginas web donde no están todos los que son, y los que están no siempre hacen buen guiso. Conviene ir haciendo amigos en Facebook (licenciados, profesores, aedos y juglares) que dominen el  tema y nos sean afines para que nos orienten y descubran valores ocultos. Y rastrear en encuentros de poetas, en premios literarios, en foros y en librerías de viejo, donde a veces salta la liebre lírica. Es esencial ir anotando nombres, características y obras para lanzarse al monte con conocimiento de causa y volver a casa con ciertas exquisiteces que nos hagan la vida más liviana.  Merece la pena pertenecer a una sociedad gastronómica donde se cocinen poetas, aunque a veces tengamos que pasarnos algún refrito y atragantarnos con un rancio manjar. Y, sobre todo, fiarnos del boca a boca, asistir a recitales y asesorarnos con quienes saben del tema. Con el tiempo se adquiere experiencia y se desarrolla un placentero sentido del gusto.

martes, 25 de enero de 2022

UNIVERSO FORGES



El 17 de enero Antonio Fraguas habría cumplido 80 lúcidos años si un 22 de febrero de hace cuatro, el maldito cáncer no hubiera dado carpetazo a su dilatado y magnifiqueibol dossier vital para hacer inmortal a Forges, que ya lo era  en vida de Fraguas, empero ahora lo es más, tanto que san Google le dedicó un doodle la pasada semana.

España desde siempre produce grandes poetas y excelentes humoristas. En general da muy buenos profesionales. Pero hay demasiado cafre suelto para contento de quienes viven de manejar a las mayorías borreguiles. Lo sabía muy bien el Forges, por eso sus viñetas son tan actuales hoy en día como el día en que fueron paridas.

Allá por los años 70 publicaba en Hermano lobo, semanario de humor que leíamos los alumnos de Cristo Rey, colegio jesuita y vallisoletano donde nos formábamos profesional y humanamente los jóvenes de provincias. Por aquellos tiempos de aprendizaje, apareció en esa revista la que fue mi primera y última viñeta, en una sección para humoristas noveles titulada El primer huevo. Me abonaron por ella 500 pesetas. Si hubiera sido mejor dibujante, podría haberme dedicado al humor gráfico en vez de trabajar con máquinas herramientas y, de paso, dedicarme a escribir poemas en ratos de inspiración y soledad. Humorista y poeta lo fue, sin duda, Antonio Fraguas de Pablo. Precisamente en su etapa de colaborador (Versitáculo poesial) en el programa de radio No es un día cualquiera, hablaba de poesía y leía poemas de poetas consagrados y de oyentes con ciertas dotes líricas. Que ahora recuerde, un 23 de abril sonó en antena mi soneto Libro abierto (Múltiple río, mar, libre vereda,/ comunitaria luz, vuelo del viento,/ silente lluvia fértil, lurte lento,/ de mente a corazón hilo de seda.[…]) y, al alimón con Pepa Fernández, recitó, recitaron, en otra memorable ocasión, mi Romance verde (Verde, verde. Todo es verde./ Verde, Federico, el viento./ El río verde, Gerardo.[…]) Conservo estas grabaciones rescatadas antes de la era gloriosa y consuetudinaria del podcast que disfrutamos ahora.

Antonio Fraguas catalanizó su apellido para inmortalizarse. Pero la fama le vino por su rompedora forma de entender el humor gráfico. Sus monigotes son únicos y reconocibles de aquí a la eternidad. Y su rico e innovador léxico. Creó todo un universo de lo cotidiano repleto de personajes entrañables (situaciones que sólo él, como buen poeta, sabía captar) y palabras que han quedado para siempre en el acerbo del idioma, algunas tomadas del natural y otras creadas al vuelo de la inspiración. Y de esta hacienda profusa legada a perpetuidad para la posteridad próxima y lejana, disfrutamos ahora, como grajeas de su arte, en la página del feibú Universo Forges, donde miles de personas comparten su admiración por el genial madrileño, universal y laico, y su visión de la realidad que le tocó vivir y la historia que tan bien versionó e ilustró. 

No debe faltar nunca en la mesa matinal el pan de cada día, los versos de cualquier poeta universal, foráneo o patrio, y las viñetas gráficas de grandes humoristas que campean, aún, en periódicos y revistas de papel y, cada vez más, en formato digital. Durante muchos años leía, entre otros tremendos notarios de lo que acontece en la calle (Mairena dixit), a Forges cada mañana, o casi, y alguna tarde noche de miércoles (víspera de El jueves) me daba un buen atracón. Como ocurre con todo artista que conecta con la gente, su creación le sobrevive y sobrevivirá más allá de nosotros.

Para sobrevivir a tanta gilipollez endémica, de verdad, sienta un Forges cada día a tu mesa.

Escucha el tema Antonio Fraguas el Forges interpretado por Rosa León

lunes, 17 de enero de 2022

JUGANDO QUE ES GERUNDIO (J. 02.01)

 


A lo largo de cuatro años he ido publicando, amén de relatos y poemas, escritos calificados como no ficción tales como las 56 cartas a Amelia y, en 2021, una serie de 20 textos sobre el juego desde varias perspectivas. La página de los52golpes.com ya no permite seguir escribiendo en ella, aunque permanecerá accesible para su lectura hasta finales de marzo. Hasta entonces quien desee ver todo lo que he publicado puede hacerlo en https://los52golpes.com/2018/autor/jesus-andres-pico.

El epistolario, aunque nunca se sabe, lo di por concluido. En cuanto al tema del juego, tengo varias ideas por desarrollar y lo iré haciendo en este medio. Más que nada porque jugando es gerundio de jugar (escribí jerundio y el corrector lo cambió por gerundio. Se cree más listo que Juan Ramón.), y jugar conjuga perfectamente con vivir. Y hablando de Juan Ramón y de escribir los sonidos je, ji, con jota, me entero por el juego de El cazador de TVE1 que el gentilicio de Jaén, además de jienense, también es giennense. Consultado el diccionario de la denostada RAE me aclara, es un decir, que jiennense también es válido, pero no gienense. Y para mantener la integridad mental le pongo una vela al poeta de Moguer y me voy a hacer puñetas, impecable sistema para mantener ocupadas manos y mente.

En Pasapalabra, conocido juego televisivo que pone de manifiesto los nervios y la impericia de los aspirantes y el asombroso y estéril conocimiento léxico de la pareja de concursantes que monopolizan el programa, suelen preguntar en el rosco final por un tiempo verbal y a mí, que gusto de competir desde casa, sacándome del gerundio y del presente de indicativo voy dado. Y es que la formación de ciencias adolece de estos conocimientos de letras y humanidades. Aprenderse de memoria el diccionario, al menos uno breve e ilustrado (la imagen ayuda mucho a la retentiva), es buen ejercicio para destacar en este juego televisivo. Yo tenía un Vox  que me hacía muy buen servicio antes de serle infiel con la Gran Enciclopedia Larousse en 10 volúmenes que acabaron siendo 15 con los suplementos y que conservo aún como una reliquia. El diccionario, como tantos libros, se presta muy bien para el arte de hojear y el juego del ojeo, antes de acabar buceando, que también es gerundio, en las aguas del saber. Aprender jugando siempre es mejor que hacerlo rezando.

Jugamos con lo que tenemos por la mano o más a mano a lo largo de la vida. El juego es un acto de amistad y de amor. Compartido o en solitario, es una ceremonia íntima. Dime a qué juegas y te diré quién eres. Dime con quién juegas y te diré cómo eres. Dime cómo juegas y te diré qué eres. Dime dónde juegas, cuando juegas, cuánto juegas… y te diré… que me leas.

Está en marcha, pues, la segunda parte del encuentro, partido o golpe monotemático y heteróclito sobre el juego,  diversión, entretenimiento, esparcimiento, recreo, placer, solaz, distracción, deporte, pasatiempo, descanso… con ánimo de retozar, recrearse, juguetear, divertirse, entretenerse, esparcirse, brincar, corretear… y  también de apostar, arriesgar, aventurar, envidar, competir, desafiar, retar, pugnar… para terminar arreando, que es gerundio. Amén.

 

 

 

 

 

 

lunes, 10 de enero de 2022

LAS COSAS DE CASA

  


Cierto poeta escribió, hablando de su madre:

Con caricia de nieve se posaban

en la leña, el puchero, los armarios,

en las cosas de casa cotidianas,

las desoladas aves de sus manos…

Al leerlo me vienen a la memoria las estancias y las cosas de la casa de mi infancia. La sala con su estufa de leña, la alcoba, el largo portal donde mi hermano y sus amigos jugaban a matar indios con canicas, la cocina que era el lugar más caliente y concurrido, mi habitación, el desván, el corral, la cuadra sin animales y sin puerta en cuyo hueco instaló mi padre un columpio y encumbrada en él iba del cegador sol del exterior a la fresca umbría, del día a la noche, de un reino a otro, de universo en universo a través de un portal interestelar…, el armario de formica encima del cual cogía polvo la enorme cazuela que, pasados los años, resultó de un tamaño harto normal y que habría de servir para el guiso del día de mi boda, según decía madre que guardaba en un baúl guarnecido con las iniciales de su tío, el dulzainero, mi futuro ajuar..., el porrón, los candiles, la única muñeca que tuve en mi vida y el carretón donde aprendió a andar mi hermano, el transistor Vanguard (pero eso ya fue cuando teníamos luz eléctrica y lo pude comprar con mis primeros sueldos)… A mi hermano le llevo nueve años y siempre que nos juntamos hablamos de la casa y sus cosas, de las trastadas y los buenos momentos aunque hay recuerdos que difieren y circunstancias que uno de los dos ha olvidado.

Yo era muy lista y, como quería ser maestra, enseñaba a mi hermano y a los niños de los vecinos para que cuando fueran a la escuela ya supieran leer y escribir. Como mi madre trabajaba en el campo y a mí me encantaba la casa, la arreglaba a mi gusto que, normalmente, no era el suyo. Así que, para evitar conflictos y malos entendidos cuando terminé la escuela me fui a servir a Madrid. Pero, como tenía vocación de madre, siempre que volvía le traía regalos a mi hermano (los primeros reyes que tuvo se los traje yo y, aunque él sabía la verdad, colocó con mucha ilusión sus zapatos tristes en la ventana y por la mañana del 6 de enero me comió a besos). Le traía regalos y removía toda la casa y cambiaba de sitio las cosas porque mi madre no sabía de la misa la mitad y tampoco le ponía el mismo interés que otras madres. Anduve por gran parte de España y en el extranjero. En Suiza me eché novio y nos casamos en el pueblo, como debía ser. Nos vinimos a vivir a Sabadell donde él tenía una hermana y tuve, por  fin, mis cosas de casa dispuestas a mi gusto en mi propio hogar. Las cosas de casa que recordarán mis hijos cuando tengan mi edad. ¿Las recordaré yo? ¿Se acordaba mi madre de las cosas de su infancia? ¿Eran las mismas que yo evoco? ¿Tenían para ella la importancia que yo las doy? ¿Las añoró en su lecho de muerte, tras 26 años de viudedad, casi centenaria, lejos de su casa, aislada y sorda en un mundo desconocido para nosotros? ¿Dónde volaron las desoladas aves de sus manos? El polvo del tiempo se posa lentamente sobre las calladas cosas de la casa. Pongo el puchero al fuego. Hoy no es fiesta y sólo somos dos a comer.

 

miércoles, 5 de enero de 2022

NO ME GUSTA COMO CAZA LA PERRILLA

 



No me  gusta como caza la perrilla (o perra, o perrita…) parece ser una expresión de origen manchego. Puede ser. Aunque, como dicho cinegético, esté extendida por todo el centro peninsular. Yo se la oí por primera vez a José Luis Martínez, el entrañable Abuelo de Payma, primer trabajador y primer fallecido de la empresa que  se ha llevado tantos años de mi vida que daría para escribir 52 golpes y más. José Luis era soriano, pero le decían maño porque su pueblo estaba en la raya de Aragón. La frase viene a significar que algo no marcha como debiera. Y pocas cosas marchan como debieran. El mundo no se arregla ni cambiando de perra. Y es que los perros son los que son por mucho que los andemos cambiando de collares. Y la caza cada vez va a menos. Y más tras dos años de pandemia y lo que te rondaré morena. No, la cosa no marcha como debiera. Y este año recién nacido con vocación de dúo sacapuntas me da en la nariz que no va a ser mejor que los anteriores.

Los años, como los políticos, nunca colman las expectativas que generan. Los gobernantes no cumplen sus promesas electorales y los ciudadanos que desayunamos noticias y café con leche no cumplimos con nosotros mismos y le echamos la culpa al año, que no es inocente pero tampoco es un chivo expiatorio. Así, entre mentiras y engaños, noticias irrelevantes y fakes,  influencers y tertulianos, desgracias universales y algún oráculo despistado, van pasando los lustros y los siglos con más pena que gloria. Y no hay vacuna que nos inmunice ni perra que cace en buenas condiciones. El problema es que no hemos evolucionado lo suficiente y seguimos en el estadio de cazadores recolectores por mucho que los tiempos adelanten una barbaridad. Andamos por la ciudad con móviles de última generación y perros que han olvidado el arte de la caza. Nos decimos cibernautas pero en el fondo creemos en las
divinidades de las cavernas y en mitos ancestrales que perviven en nuestro ADN. Y es que somos, en general, más de derechas que el pollo negro y las amapolas.

Pero a la gente que de verdad es de derechas y tienen su parcela de riqueza y poder les importa una mierda cómo cace la perrilla o si tiene olfato y pose para ello. A ellos nunca les vienen mal dadas. Y a mayor desigualdad más beneficio. Y cuando el mundo se vaya al carajo, ya tendrán su cortijo en marte o en cualquier planeta muy, muy lejano. Ni tú, ni yo, ni el otro llegaremos a verlo como tampoco vimos cazar a la perrita en sus tiempos gloriosos. Pero iremos desgranado años de doce en doce y diciendo aquello de feliz año peor, con la fútil esperanza de que nos toque la lotería o nos llevemos un premio literario que no esté amañado. O que lo esté. Señal de que nos admiten en el sistema y podremos olvidarnos de la perrilla y sus habilidades.

Feliz año, compañeros y compañeras. Si sobrevivimos a los52 golpes, nos hallaremos al final.

   

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...