viernes, 9 de febrero de 2024

GÉNESIS Y TRANSFORMACIÓN DE UN POEMA



Crear, elaborar un poema es algo que cada poeta realiza a su modo y estilo. Pero, en general hay composiciones que surgen solas, de un tirón, como si las musas nos echaran de repente un capote, otras son meditadas y parten de una idea o premisa que se va concretando y reelaborando en el tiempo. El poema es un ente que se levanta de un sueño profundo y unas veces sale a la calle agraciado y radiante sin siquiera lavarse la cara y otras, por el contrario, necesita demorarse en el tocador, pintarse una metáfora en la frente, cambiarse los versos, perfumarse y guiñarse un ojo ante el espejo para salir a caminar con paso firme por la vereda del tiempo.

A raíz de la concesión del XXI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba a mi poema Vino la muerte y se instaló en sus ojos (aquí se puede leer el poema), como quiera que en unas breves palabras de agradecimiento en el acto de entrega sólo es posible sintetizar la concepción, gestación, parto y acicalamiento posterior del trabajo antes de ponerlo a caminar entre los hombres, voy a intentar explicar todo esto a continuación, iniciando una serie de golpes referidos a todos y cada uno de los poetas citados en el mismo, y alguno más, en semanas sucesivas:

Viajo frecuentemente a Valencia y siempre hago, al menos una visita a la librería París Valencia donde suelo encontrar y comprar, en su sección de ofertas, libros de poesía. De allá salió Paraísos del suicida (6é Premi Tardor de Poesia, Castelló de la Plana, 2000) de Luis Felipe Comendador. El poemario consta de un poema liminar y 52 más dedicados a otros tantos escritores, la mayoría de ellos poetas, de distintas nacionalidades, que murieron, todos por suicidio, entre 1770 y 1985. El libro es una pequeña joya que llevaba durante un tiempo a las tertulias de Poesia a trenc d’alba, para leer y comentar aquellos poemas que creía oportunos. Francesc Pons, buen poeta y excelente rapsoda, me animó a preparar un recital dedicado a los poetas suicidas. Y, algún tiempo después, entré en faena elaborando una lista con algunos citados en el libro y otros que fui añadiendo. La idea era hacer, de cada uno, una breve introducción y buscar un poema representativo o que, por algún motivo, me resultara atractivo para declamarlo en el recital. Como que era una labor ardua y no urgente la fui concretando a ratos perdidos, que es lo mismo que decir que cayó en el ostracismo. Pero vino la pandemia y decidí aprovechar la reclusión forzosa para, entre otros quehaceres, dinamizar el proyecto que acabó siendo un homenaje a los poetas que murieron jóvenes, suicidas o no (aunque no descarto rescatar el proyecto inicial y posibles derivaciones). A una breve introducción seguían los versos dedicados a poetas cercanos a mi modo de pensar y sentir, comenzando por Federico García Lorca y Miguel Hernández. De quienes sabía menos amplié horizontes en Internet donde rastreé también a otros olvidados o desconocidos. En 2023 concebí la parte más autobiográfica y los cuatro versos iniciales y añadí a los rapsodas la figura que iría recitando el poema vertebrador desde el inicio hasta el fin del acto. Le sumé algún poeta más, dejándolo abierto a nuevas incorporaciones o posibles cambios. Y pensé dejarlo reposar. Pero, un buen día, buscando un trabajo que pudiera enviar con ciertas garantías de éxito al certamen de Nava de la Asunción al que pensaba presentarme un año más, se me ocurrió (¡qué buena elección!) enviar el poema que era (o será) la columna vertebral del recital. Le di un último repaso, pulí algunos versos, añadí la cita inicial y cambié el nombre que hasta entonces tenía el trabajo, Vidas como versos, por Vino la muerte y se instaló en sus ojos, en claro homenaje a Cesare Pavese y con más tirón. Lo demás ya es historia y espera para montar el recital cualquier día de estos.

Como dije al principio hay poemas que surgen en un instante de inspiración y tal y como llegan toman cuerpo con nulas o muy escasas modificaciones; otros nacen de una idea que poco a poco va concretándose. Y de un trabajo de imvestigación y documentación previo que lleva su tiempo va creciendo el poema. Dedicar un breve apunte a cada poeta requiere un conocimento del mismo y, sobre todo, de las circunstancias de su muerte, para elegir la palabra o la imagen precisa. Creo haberlo conseguido y deseo que el lector ecuentre o descubra algún poeta que sienta cercano y se adentre en su poesía para que siga vivo entre nosotros. 




miércoles, 7 de febrero de 2024

SIETE DÍAS SON UNA SEMANA; UNA SEMANA, TODA UNA VIDA



Andaba yo en el bar del hotel Fray Sebastián de Nava de la Asunción, antesala del Premio Jaime Gil de Biedma y Alba, charlando con el alcalde navero Juan José Maroto, José Antonio García-Albi Gil de Biedma, sobrino del poeta y dos miembros del jurado, Fernando Romera y David Ferrer, que acababan de llegar, cuando, ya el botellín apurado sobre el mostrador, una voz con el acento inconfundible de Sardón, aromada de tiempo y de pan, sonó a mi espalda. Me volví, sorprendido, y abracé a otro Jaime, que no era poeta y, seguramente, sería ese sábado la primera vez que oiría recitar un poema, al menos en una entrega de premios literarios. Saludé efusivamente a Yoli, su mujer; la mía, Felicidad, mientras yo cumplimentaba a Amador García Marugan, cronista de la villa, hizo de anfitriona como si en la casa de su poeta se encontrara y estuvo con la pareja de Sardón durante todo el acto que no tardó mucho en comenzar. Acabado el mismo, tras el refrigerio y las despedidas, nos quedamos un rato charlando los cuatro en la terraza (hay que hacer alguna concesión a las mujeres fumadoras) y me vino a las mentes otra noche semejante cuando recalé, tras muchos años de ausencia, en mi pueblo natal acompañado por mi esposa, su hermana Eugenia y el cuñado Michel. En el bar JAC se prolongó la tertulia preñada de recuerdos y risas hasta altas horas de la madrugada. Era una noche estival tan fresca como estas noches inverno-veraniegas que nos toca vivir apenas iniciado febrero con la procesionaria bajando de los pinos y los animales desorientados dudando si dormir o copular.

Yo nací un martes, 18 de septiembre de un año del mono que dicen y celebran los chinos, y los occidentales, sin norte ni dios, acabaremos incorporando a nuestro ecléctico acervo. Yo nací un martes y, justo una semana después, otro martes, mira tú, vino a nacer en la puerta de al lado, Jaime. Digo en la puerta de al lado porque entonces se tenía la costumbre de nacer en casa, atendida la madre por la partera y, a veces, con el médico presente. De estos (Carmen y Milagros, vecinas, con Jaime y yo en sus vientres nadando en el líquido amniótico de la felicidad) y otros embarazos paralelos hablé allá por 2018 en Los 52 golpes. Jaime y yo crecimos puerta con puerta al principio, y un poco más alejados, con el casoplón de los queseros por medio, cuando su padre se hizo cargo de la panadería del abuelo Román tras su fallecimiento. Siempre en la misma calle de las Eras. Siempre a una semana de distancia. Yo era virgo por los pelos y él, libra por poco. Yo tenía una hermana mayor, él, dos hermanos; luego le vino una hermana y tres hermanos más. Él tenía tíos y tías en el pueblo que le daban la propina los domingos; yo los tenía en Quintanilla y Valladolid, los veía pocas veces y no me daban propinas. Crecíamos a la par, a veces él era más alto, a veces lo era yo. Pero en la adolescencia me dejó atrás, abajo más bien. A él lo alimentaban mejor.

Fue mi primer amigo y, aunque a veces, siempre por poco tiempo, no nos ajuntabamos, éramos miembros permanentes de la pandilla infantil que jugaba en la calle y en los campos recolectando, sin saberlo, recuerdos para el mañana que ya se nos está acabando. Fue mi primer amigo y, aunque las circunstancias nos hayan alejado más de lo aconsejable, será también el último porque yo moriré una semana antes (no revelo cuándo por mantener un poco de suspense).

Jaime se vino hasta Nava desde Sardón para darnos un abrazo como si el tiempo y la distancia no fueran dolorosos fenómenos físicos que alejan a los hombres, como si hubiera pasado tan solo una semana desde la última vez que nos vimos o desde que éramos niños. Y es que en una semana cabe un mundo y toda una vida cabe.



 

 













CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...