Mi primer contacto con el cine fue en la plaza del pueblo donde estaban las escuelas y el ayuntamiento. Recuerdo una sábana sobre la fachada del edificio consistorial, soportando la proyección de un film en blanco y negro. Y, prácticamente, todos los vecinos religiosamente aposentados en sillas. Pero tal vez se trate de un recuerdo, adquirido de tanto escuchar relatos de los mayores, que se toma por propio y vivido. Sí tengo conciencia de la sala, que funcionó también como pista de baile, en que se proyectaban películas domingos y lunes. Eran las mismas que se veían en Quintanilla el fin de semana. En Quintanilla tenían un cine en condiciones. El nuestro era de suelo plano con bancos y sillas, humo de cigarrillos y cáscaras de pipas. Y un estrecho bar de larga barra a la entrada. En la época que conservo más clara en la memoria, la entrada costaba tres pesetas y daban programas de mano anunciando las próximas proyecciones. Reuní muchos, efímeras efemérides, pequeñas joyas de arte y de un tiempo que se perdieron como la casa y la niñez.
En la primera juventud llegué a los cines de ciudad (Valladolid), los cineforum colegiales, las salas de sesión continua y aquellas donde ponían películas para mayores y pocos impedimentos al acceso de mozos imberbes. Vinieron luego los 18 años, los locales de estreno, los de arte y ensayo, la apertura y el destape… Antes de casarme (ya en Sabadell) el cine continuó siendo un entretenimiento recurrente: tardes en el Avenida, donde daban hasta tres cintas en sesión continua, películas de fin de semana con amigos para hacer tiempo, aquellas películas S, los primeros cines multisalas… donde vi Novecento de una tacada en dos salas distintas. El ir al cine pasó a ser, ya casado y con hijos, un acontecimiento familiar.
La televisión fue, y es, otra manera de ver cine. La tele llegó al hogar en 1972 y se anunció en el tejado de la casa con su antena reluciente. Me acuerdo porque seguí las olimpiadas de Múnich. Supongo que, con la novedad del aparato, nos tragaríamos toda la programación de una u otra cadena. Referente al séptimo arte recuerdo que programaban ciclos dedicados a actores (Bogart), directores (Hitchcock) y otros aglutinantes. He de reconocer que la televisión tuvo su importancia en mi aprendizaje cinematográfico.
Una de las primeras cintas que vi en el televisor (me rememoro en el sofá convenientemente cubierto con una frazada, no sé si por el frío castellano o por los sobresaltos propios del film) fue El enigma de otro mundo, que en remake posterior se intituló La cosa. De mi etapa de espectador en el cine de pueblo (nos gustaban las películas de romanos y del oeste) recuerdo con especial cariño (entonces veíamos el cine desde la emoción) El rapto de las sabinas y El rostro impenetrable, la primera porque descubrí en ella que los buenos indubitables no son necesariamente los mejores y la segunda por ciertas escenas que reproducíamos en nuestros juegos. Podría citar varios títulos más que se grabaron en mi memoria, en esta y otras etapas a lo largo de la vida. En la de estudiante en Valladolid, recuerdo un interesante cineforum con El baile de los vampiros (desde luego, hubo otros). De lo que entonces se llamaba cine de arte y ensayo (películas no comerciales en versión original subtitulada) recuerdo, entre otras, Cuerno de cabra y Amarcord en el Zorrilla. Repasando la fecha de estreno, es posible que las visionara sin cumplir los 18 años, como El último tango en París, filme que vi en Lausanne en verano y por aquella época. Si que era mayor de edad cuando fui en pareja a la sala X de la carretera Barcelona para ver El diablo y la señorita Jones, que, aunque rodada en los 70, aquí no llegó hasta después del 84.
Pues eso, que el cine nos ha acompañado a lo largo de la vida, como la música y los libros, porque hay para todos los gustos y momentos. Y, como cantaba Aute:
Cine, cine, cine.
Más cine por favor,
que todo en la vida es cine,
que todo en la vida es cine
y los sueños
cine son.
Como él
Recuerdo bien
aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut
y el travelling con el pequeño desertor
Antoine Doinel […]
Son tantas las escenas, los nombres, las películas que se me agolpan en las sienes al escribir estas líneas… Y es que el cine es la memoria y los sueños de nuestras vidas.
No tengo más remedio que repetirme. Tus recuerdos son como si pasara una película de lo que yo he vivido y como nosotros muchos más. Es gratificante como tú relatas esas vivencias de toda una vida. Gracias a tu expresividad.
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