miércoles, 27 de julio de 2022

DE GIRASOLES Y PIPAS


En casa había necesidad, pero no pasábamos hambre. Nunca tuvimos bicicleta, pero  no faltaban girasoles. Los girasoles nacían en el corral donde les daba la gana. Mi padre los arrancaba y dejaba algunos desperdigados que se hacían enormes. En el huerto solía sembrarlos por todo el perímetro.  Como una muralla amarilla custodiaban melones, sandías, garbanzos, ajos… Guerreros con penacho de sol defendían la fortaleza verde.

No tenía bicicleta, pero caminaba orgulloso descascarando y engullendo pipas directamente de la cabeza cercenada de un girasol que troceaba y repartía como botín de guerra, o preciada posesión que otros, con bicicleta, no disfrutaban… Las semillas, al fraccionarlo, caían al suelo. Alguna se escondía, hurtándose a la codicia de las aves y, al tiempo, brotaban girasoles por los caminos. Mirabeles sin dueño como amapolas amarillas. Mi madre, que conservaba la lengua de sus ancestros, les decía mirasoles y así lo recogí yo en un poema: Un mirasol de asombro grana la tarde.


Maduras las semillas, llegaba la recolección. Los desgranábamos y poníamos a secar las pipas, algunas impregnadas de agua y sal, otras tal cual. A veces también las tostábamos. Yo las he comido de todas las maneras. También pipas de melón y de calabaza, lavadas y secadas al sol.

Éramos niños que corrían, ciegos, entre girasoles. Con la corola de la flor, ya sin pétalos ni semillas, fabricábamos broqueles para nuestros juegos bélicos. No es que aguantaran mucho, mas tenían su estética: rodelas con la sucesión de Fibonacci al frente, repitiéndose como un mantra dorado que ahuyentara los golpes del destino, égidas de sueños, clípeos conformados por el viento, peltas de la naturaleza, escudos enormes para tiempos de paz simplemente… Y es que aquellos girasoles no tenían nada que ver con los que he contemplado después semejantes a margaritas amarillas en grandes extensiones subvencionadas por la comunidad europea.

Crecí y los girasoles desaparecieron de mi horizonte, pero no su fruto. Comía pipas de bolsa con sal (Qué rica La Pilarica, repita... No me iré de este mundo sin probar  pipas Facundo…) en el cine y frente a la carretera, en la solana donde la gente esperaba al autobús, aunque algunos nunca lo tomaran. Primero las adquiría, como todas las chuches, donde la señora Beatriz, luego en ca la señá Auria que pasó a ser la expendedora de golosinas y otras yerbas y la mujer que más secretos conocía de los habitantes del lugar. Y, por último, en los bares.

Continué creciendo y dejé el pueblo, pero nunca abandoné el hábito de comer pipas…, aunque ahora se reduce a los momentos en que sigo un partido por televisión desde el sofá de casa; y las acompaño con una cervecita fría para mitigar el efecto de la sal y la nostalgia.

 

miércoles, 20 de julio de 2022

MÁS CINE POR FAVOR



Mi primer contacto con el cine fue en la plaza del pueblo donde estaban las escuelas y el ayuntamiento. Recuerdo una sábana sobre la fachada del edificio consistorial, soportando la  proyección de un film en blanco y negro. Y, prácticamente, todos los vecinos religiosamente aposentados en sillas. Pero tal vez se trate de un recuerdo, adquirido de tanto escuchar relatos de los mayores, que se toma por propio y vivido. Sí tengo conciencia de la sala, que funcionó también como pista de baile, en que se proyectaban películas domingos y lunes. Eran las mismas que se veían en Quintanilla el fin de semana. En Quintanilla tenían un cine en condiciones. El nuestro era de suelo plano con bancos y sillas, humo de cigarrillos y cáscaras de pipas. Y un estrecho bar de larga barra a la entrada. En la época que conservo más clara en la memoria, la entrada costaba tres pesetas y daban programas de mano anunciando las próximas proyecciones. Reuní muchos, efímeras efemérides, pequeñas joyas de arte y de un tiempo que se perdieron como la casa y la niñez.

En la primera juventud llegué a los cines de ciudad (Valladolid), los cineforum colegiales, las salas de sesión continua y aquellas donde ponían películas para mayores y pocos impedimentos al acceso de mozos imberbes. Vinieron luego los 18 años, los locales de estreno, los de arte y ensayo, la apertura y el destape… Antes de casarme (ya en Sabadell) el cine continuó siendo un entretenimiento recurrente: tardes en el Avenida, donde daban hasta tres cintas en sesión continua, películas de fin de semana con amigos para hacer tiempo, aquellas películas S, los primeros cines multisalas… donde vi Novecento de una tacada en dos salas distintas. El ir al cine pasó a ser, ya casado y con hijos, un acontecimiento familiar.

La televisión fue, y es, otra manera de ver cine. La tele llegó al hogar en 1972 y se anunció en el tejado de la casa con su antena reluciente. Me acuerdo porque seguí las olimpiadas de Múnich. Supongo que, con la novedad del aparato, nos tragaríamos toda la programación de una u otra cadena. Referente al séptimo arte recuerdo que programaban ciclos dedicados a actores (Bogart), directores (Hitchcock) y otros aglutinantes. He de reconocer que la televisión tuvo su importancia en mi aprendizaje cinematográfico.

Una de las primeras cintas que vi en el televisor (me rememoro en el sofá convenientemente cubierto con una frazada, no sé si por el frío castellano o por los sobresaltos propios del film) fue El enigma de otro mundo, que en remake posterior se intituló La cosa. De mi etapa de espectador en el cine de pueblo (nos gustaban las películas de romanos y del oeste) recuerdo con especial cariño (entonces veíamos el cine desde la emoción) El rapto de las sabinas y El rostro impenetrable, la primera porque descubrí en ella que los buenos indubitables no son necesariamente los mejores y la segunda por ciertas escenas que reproducíamos en nuestros juegos. Podría citar varios títulos más que se grabaron en mi memoria, en esta y otras etapas a lo largo de la vida. En la de estudiante en Valladolid, recuerdo un interesante cineforum con El baile de los vampiros (desde luego, hubo otros). De lo que entonces se llamaba cine de arte y ensayo (películas no comerciales en versión original subtitulada) recuerdo, entre otras, Cuerno de cabra y Amarcord en el Zorrilla. Repasando la fecha de estreno, es posible que las visionara sin cumplir los 18 años, como El último tango en París, filme que vi en Lausanne en verano y por aquella época. Si que era mayor de edad cuando fui en pareja a la sala X de la carretera Barcelona para ver El diablo y la señorita Jones, que, aunque rodada en los 70, aquí no llegó hasta después del 84.

Pues eso, que el cine nos ha acompañado a lo largo de la vida, como la música y los libros, porque hay para todos los gustos y momentos. Y, como cantaba Aute:

Cine, cine, cine.
Más cine por favor,
que todo en la vida es cine,
que todo en la vida es cine
y los sueños
cine son.

Como él

Recuerdo bien
aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut
y el travelling con el pequeño desertor
Antoine Doinel […]

Son tantas las escenas, los nombres, las películas que se me agolpan en las sienes al escribir estas líneas… Y es que el cine es la memoria y los sueños de nuestras vidas.


martes, 12 de julio de 2022

POEMA QUE NO TIENE NOMBRE

 


Hoy, 12 de julio, se cumplieron 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. A Ermua llegaron las fuerzas vivas del país. No voy a opinar ni a favor ni en contra (tenemos los políticos  y el sistema que nos merecemos). Los muertos siempre son utilizados por todos los estamentos en su provecho. Y por los poetas elegíacos.

Aquel año andaba yo siguiendo los encierros de Pamplona desde mi silla de ruedas (el 18 de junio sufrí un accidente laboral: un año y un día de baja, paréntesis en que se gestó Los pasos quebrados, uno de cuyos poemas publiqué en el blog que mantenía en La Coctelera, plataforma ya desaparecida, de donde fue tomado por El rincón de Yanka; de allí lo rescaté  para compartirlo en Facebook). Y me sumé a la expectación sobrecogida y la esperanza acribillada.

Reproduzco aquí el poema:

 

POEMA QUE NO TIENE NOMBRE


Cuando millones de corazones fluían
por los ojos y las palmas abiertas
con un solo nombre y una sola esperanza,
cuando las saetas de todos los relojes
cuarenta y ocho, dos mil ochocientas veces
se clavaron como espinas en las frentes exánimes
y hasta el aire se detuvo expectante, con los brazos abiertos,
las raíces del roble centenario se estremecieron,
crujieron los huesos de todos los vascos,
de todos los españoles, de todos los hombres asesinados,
los ojos peregrinos de Pablo Ruíz, los ojos sin manos de Picasso
buscaban lágrimas de sangre para pintar el horror
y los verdes montes del norte quisieron huir,
transformarse en arenas insensibles y ciegas
para no ver la blanca paloma
que alzaba el vuelo con las alas heridas
en las cercanías de Lasarte.

Cumplido el plazo de la esperanza y la locura
dispararon a Miguel Ángel.
Los asesinos sordos, los asesinos ciegos
mataron a Miguel Ángel.
Sin mirarle a los ojos, que eran los ojos de todo un pueblo,
los ojos herederos de aquellos ojos
que vieron correr la sangre por las calles,
los ojos nuevos, los ojos libres,
los ojos limpios de una España viva,
asesinaron a Miguel Ángel.
Cobardes sanguinarios,
sicarios viles de la infamia y el odio,
perpetuaron a Miguel Ángel.



14/07/1997

   

domingo, 10 de julio de 2022

ETIMOLOGÍAS


 

ETIMOLOGÍAS

Nos recordaba Irene Vallejo  en el  Heraldo de Aragón que ministro deriva del latín minus, es decir menos, en cambio, maestro lo hace de magis, lo más, lo fundamental.  “Para los clásicos, era más grande enseñar que gobernar. Sabían que la educación es, más que ningún oficio, el territorio donde soñamos y creamos el futuro. Una profesión que merece el más alto prestigio y la mayor gratitud. Deberíamos plantearnos qué valoramos más como sociedad, quiénes son encumbrados por la fama y los medios. Las etimologías responden: pasar de un ministerio a una escuela supone un ascenso.”, concluye. Uno que ya tiene edad para haber sufrido a muchos políticos y recordar con añoranza a quienes forjaron sus sueños y su  futuro, está de acuerdo con ella. Las palabras guardan en su ADN el germen de lo que fuimos y nos empeñamos en olvidar.

A quienes las usamos a menudo, nos gusta desnudarlas, conocer sus intimidades, sus secretos más recónditos. No es suficiente con saber sus, a menudo, múltiples significados que inducen al equívoco y al retruécano. Se hace necesario descubrir su árbol genealógico, las mezclas e impurezas minerales que las han hecho evolucionar adecuando sus significados a los tiempos actuales. Yo, que no he estudiado filología, ni nada de provecho, amo las palabras. Mas  desconozco tantas…, ignoro tantos orígenes, fuentes, procedencias… que la raíz sugiere… tanta evolución natural… El filólogo es un darwin de las palabras. Yo, un buscador de oro en minas esquilmadas por íberos, romanos, godos, árabes, judíos y otros gentilicios más alejados y cercanos…, que la lengua se enriquece continuamente, aunque a veces pueda parecer todo lo contrario y algunas lleguen a morir. 

Las Etimologías de Isidoro de Sevilla, así llamadas porque buscaba los orígenes de las palabras relacionadas con cada tema tratado, son una compilación de todo el saber universal en lo que fue el renacimiento visigodo durante la temprana Edad Media, en la península ibérica, doctamente expuesto. Y es que rastrear el árbol genealógico de las palabras nos conduce a la perfección edénica que nunca existió, a las grafías que fijaron las voces que el viento puso en boca de los hombres. La etimología investiga y descubre mucho más que el origen y desarrollo de las palabras que conforman la evolución de las lenguas del mundo que habitamos: nos instruyen y sacan a la luz el saber y los conocimientos de nuestros antepasados. La historia de las palabras es la historia del mundo. La historia comienza cuando se habla y se escribe sobre los acontecimientos que van sucediendo y sucediéndose. Y el saber consiste en no perder la nunca la memoria. Saber y sabor derivan del latín  sapere,  “tener inteligencia, ser entendido, tener gusto, ejercer el sentido del gusto, tener tal o cual sabor” (Corominas). Sin saber, o sabor, la vida resulta insípida.

Cuando se domina un buen número de palabras bucear en las etimologías resulta un saludable ejercicio lúdico y vivificante. También expiatorio de los errores y horrores cometidos por el hombre.

 

                                             

 

 

 

 

                                                          

martes, 5 de julio de 2022

LA MÚSICA Y EL VIENTO

 

   

Las palabras son más que herramientas que usan los escritores: son ladrillos para construir estancias y orbes infinitos en la finitud de un libro.

En muchos poemas hablo de ellas. En Orola están publicados los textos (o poemas) Campesinas y aladas y Aquí vivimos todas (que también aparecerán recopilados en Continuidad de la luz) El primero trata de las palabras iniciáticas, los vocablos rurales de la infancia que me animaron y ayudaron a volar, el segundo habla del mestizaje de las palabras. Pero, hete aquí, que un texto (o poema) anterior a ambos ha aparecido en un correo olvidado y, recuperado, os  lo ofrezco ahora que, fugazmente, refresca la noche estival con lágrimas antiguas, como palabras de viento:

 

TRADICIÓN

                                                                     A Eliseo Parra

 

Yo tenía palabras campesinas, palabras que ponían nombres a los vientos, los árboles,

las aves lugareñas, los frutos que el sudor germinaba,

los aperos de labranza, las labores del campo,

nombres elementales para el agua, espacios y lugares,

para el tiempo, los animales, los hombres,                                                              

nombres para las cosas, sentimientos, ideas.

Y hasta a Dios nombraban.

Yo tenía un mundo propio, pequeño pero mío, con sus cantos de siega, sus pinares, su río,

los trenes que pasaban con retrasos puntuales, lentos mercancías para contar vagones,

estrellas en el cielo, carámbanos de plata en el arroyo frío,

almireces, cedazos, botellas de anís vacías,

panderos, chiflotes, la dulzaina del tío Encinas,

mujeres que cantaban y Luisillo bailando en la plaza del pueblo.

Yo tenía un mundo, pero yo lo ignoraba.

Las palabras crecieron y el mundo se hizo grande:

Valladolid, Barcelona, España toda, Europa, América por descubrir

allende la mar atlántica, la Tierra entera, el cosmos...

Para volver al principio:

leyendas junto al fuego, el juego, el vino, el pan, romances olvidados y cantos sin oficio,

raíces del idioma que nutría la Historia más allá de mi mundo pequeño y recobrado,

creciendo inapelable, cubriendo con sus ramas tantos millones de almas,

bebiendo en sus orígenes de tradición tan pura

para ser lo que soy contando con palabras, que tú también entiendes,

la música y el viento que forjaron mi vida.  

 

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...