miércoles, 16 de marzo de 2022

GOLPE A GOLPE

 



Golpe a golpe la vida nos va conformando en la fragua del tiempo. Vulcano modela, velazqueño y tiznado, nuestro siglo convulso mientras pasan las sombras por las calles vacías. Golpe a golpe forjamos espadas sin victorias, ilusión de cipreses. Y caen a nuestro lado —guerras, catástrofes, pandemias— esquirlas y brasas, fogonazos e ilusiones apagadas. ¿Es azar o conciencia que ordena cuanto pasa quien rige los destinos?

El caso es que por aquí andamos contando con los dedos universos y sílabas mientras merodean las musas y caen obuses en Ucrania, en las calles y edificios de Kiev, Odesa y otras localidades que nunca antes oímos nombrar, edificios civiles tan iguales a los nuestros, tan indefensos como los nuestros. Y aumentan los muertos día a día, golpe agolpe. Y los refugiados que huyen de la sinrazón de la guerra. Entre tanto, llueve para disimular este invierno seco que termina, y un manto de polvo saharaui cubre las ciudades y la nieve de Europa. Acariciando un teclado que necesita renovarse, escribo en la noche junto a libros que se acumulan sin leer en estanterías desbordadas. No hay tiempo para la lectura ni para nada. La vida siempre es corta y nunca la aprovechamos como es debido. La vida siempre es corta y algún hijo de puta la destroza y arrebata jugando a ser juez y mesías

Golpe a golpe, verso a verso, canta Serrat a punto de retirarse, con Don Antonio al fondo, desnudo en el naufragio de la última nave cainita y atroz. Me duele el alma lacerada, las articulaciones  y las heridas antiguas. Y un frío que viene del principio de los tiempos se instala en los huesos. Pero no queda otra que vivir. Vivir pensando en los suicidas que cobrarán voz y presencia este verano en la Vega de Granada. Cinco suicidas, un indigente, un notario y una prostituta (la única mujer del repertorio) sobre un escenario y desde las páginas de un libro, compartidos con los otros premiados, me mirarán ajenos y de frente, y ya no serán los mismos personajes que concebí un lejano día.

Golpe a golpe, año a año, ininterrumpidamente desde 2007, cuando ya le iba cogiendo, de nuevo, gusto a la pluma y a internet, han ido cayendo premios, de poesía sobre todo, alguno de narrativa y éste de Albolote (Granada), que recogeré el 17 de junio, por una obra dramática breve.  Golpe a golpe, premio a premio, recital a recital, acto a acto, he conocido (y conoceré) poetas, músicos, escritores y gentes que hacen de la cultura un lugar cálido y acogedor.  Gentes y lugares  para descubrir la vida que late pese a todo y, golpe a golpe, voy desgranando por estos andurriales de la literatura de andar por casa.

                                                                                                                                       

lunes, 7 de marzo de 2022

CALLES SIN ROTULAR Y POEMAS SIN AUTOR

 


Viví en la calle de Las Eras, número 18. Pero en tal calle no figuraba rótulo alguno con su nombre, ni la casa lucía número visible ni invisible (ahora que lo pienso tal vez no fuera el 18 porque tal guarismo corresponde al día de mi nacimiento y puede haber un trasvase de fechas en mi maltrecha memoria). Recuerdo calles, como la de Fortunato Gaite Carrancio (el hombre fue diputado a Cortes, lo que le valió que pusieran su rimbombante nombre a la rúa que va de la plaza de la Iglesia a la del Ayuntamiento), que sí tenían su placa de mampostería. Sin embargo eran pocas, porque la calle de la Estación, de las Eras o del Molino, pongo por caso, no la necesitaban, pues todo dios conocía donde llevaban y, por tanto, cuál era su gracia. Muchas eran más conocidas por el apelativo popular que por la denominación oficial. Algunas podían generar dudas y discusiones, como la calle Larga y la Corta, la de Delante y la de Detrás. Y otras, en fin, puede que no tuvieran ni nombre. Claro que tampoco era necesario. Se conocía todo el mundo y las cartas, sólo con la mención del pueblo y  del destinatario, llegaban a buen término. Los lugares pequeños tienen esa ventaja y la desventura del abandono y la falta de medios y recursos básicos para la convivencia y el desarrollo. 

En muchas poblaciones hay calles con nombres de poetas. Algunos nacieron en ellas y es un mínimo homenaje a quienes, seguramente, no fueron p(r)o(f)etas en su tierra. Y es que los poetas existen (a más de para rellenar olvidos, esquinas y cruces) por poner cierto orden en la turbamulta de poemas que pululan por los libros y las redes. Aún así hay autores (¿?) que se atribuyen creaciones de otros y textos mal ubicados a conciencia o por negligencia. Y anónimos que hacen bueno el poemilla de Manuel Machado:

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

Romeros poetas, sean vuestros cantares de todos como el aire que exigimos trece veces por minuto. Que no los escriba nadie y los conozca hasta el aire. ¡Qué bueno sería que no tuvieran nombre las calles y no supiéramos quien escribe los versos que la vida nos dicta! ¡Que no hubiera pandemias que cambian de apelativo como se cambia de gobierno y de rótulos en las grandes avenidas! ¡Que no hubiera plagios porque fueran anónimos los poetas! ¡Que no hubieran (¡ay!) guerras a las puertas de ninguna casa ni locos que deciden quien vive y quien muere! ¡Que la paz no fuera una paloma sucia de ceniza y sangre! ¡Que hubiera carteros (y políticos) que conocieran a los habitantes de cada rincón y que cada rincón fuera igual de importante ante la ley y la justicia!


Imagen: La Vall d'Almonesir (Castelló)

 

miércoles, 2 de marzo de 2022

GRAMÁTICA PARDA

 


En la escuela nacional de mi pueblo no cantábamos el Cara al sol. Nos tocó un maestro que no estaba por la labor de llevarnos por el imperio hacia dios, más bien pretendía que asimiláramos lo poco que podía enseñarnos. No era muy de aplicar el lema de la letra con sangre entra, tan en boga en tiempos de posguerra y leche en polvo, tampoco es que le hiciera ascos a la vara de mimbre o la regla, pero procuraba no ejercer el castigo físico o moral de manera habitual. No recuerdo ningún retrato del dictador en el aula que, seguramente, lo habría  y estaría junto a las banderas del régimen; mayormente éstas permanecían recogidas en un rincón o en el cuarto anexo donde se guardaba el material didáctico, los botes de leche y la leña para la estufa. Sí tengo muy clara la consigna que con buena letra campeaba en una esquina del encerado, bajo el crucifijo, y se cambiaba cada semana. El maestro la memorizaba, supongo que sería la misma para todas las escuelas, la escribía con esmero y nos ordenaba copiarla. Era una frase corta, tajante, directa, encaminada a inculcarnos el hábito de comulgar desde pequeños con las ideas social-nacionales. El pensamiento moral, más mesurado y  largo, con carga de enseñanza católica, se  renovaba diariamente y también lo copiábamos en nuestro cuaderno. Con el encerado ornado por la consigna y el pensamiento, iban apareciendo en la pizarra operaciones elementales de matemáticas y frases para analizar morfológica y sintácticamente. A mí se me daban bien los números, sobre todo raíces cuadradas y quebrados, que eran lo más complicado. Teniendo facilidad para escribir dictados y redacciones, la gramática nunca fue mi fuerte: me defendía en el análisis morfológico, y el sintáctico me producía sudores fríos. Los complementos directos, indirectos y circunstanciales siempre me han traído por la calle de la amargura. Y no digamos nada de los raros sujetos y demás zarandajas que pululan por las oraciones compuestas. Sin mencionar  los verbos y sus, a veces, enrevesadas conjugaciones. Si ya en la gramática elemental encontraba problemas, el hecho de que luego estudiara formación profesional, lastró mis conocimientos de lengua y gramática. Lo fui supliendo con libros y ejercicios que me ayudaban a escribir y resolvían las dudas con que me encontraba. Hay músicos que tocan de oído sin tener ni puñetera idea de notación musical y directores de obra que lo son por experiencia y no por poseer el título de ingeniero de caminos, canales y puertos.  Yo, como ellos, me servía del oído, la práctica lectora y la observación, para mis escritos. Y así continúo. Aunque el disponer de herramientas adecuadas que he ido acumulando a lo largo del tiempo no redime la carencia de una adecuada formación lingüística, me defiendo de manera aceptable sin ser ningún entendido.

Cuando quería ser escritor me imaginaba poseyendo una gran biblioteca y una mesa enorme llena de libros de consulta, carpetas y folios desordenados. Y una máquina de escribir eléctrica. Tengo la biblioteca, no tan poblada y espaciosa como quisiera, un buen hato de volúmenes que ya no consulto y un pequeño escritorio en una habitación que heredé de los hijos que viven fuera de casa. Tuve una buena máquina eléctrica a la que no le saqué provecho. Ahora todo está en la red y escribo frente a una pantalla. De vez en cuando gozo contemplando los gastados lomos de la Larousse Universal, abro, extasiado alguna Retórica y poética con más de un siglo de vida, hojeo libros de estilo y estilística literaria o abro, al azar, viejos diccionarios y tratados de redacción o teoría literaria. Alguna gramática poseo más, ya digo, nunca fue mi fuerte. Quizás porque mi destino era cultivar la gramática parda de la gente de pueblo y escribir a salto de mata sin pretensión de perdurar, no por falta de ganas, sino por aquello de zapatero a tus zapatos y cada mochuelo a su olivo. Por lo demás, qué coño me importa a mí si escribo oraciones o sintagmas y quién es el sujeto en cada una de ellas, o si el complemento es directo o indirecto, circunstancial o agente. A escribir se aprende leyendo e imitando. Si alguien quiere destripar lo que sale y disfruta con ello, adelante. Para buscarle tres pies al gato habrá quien dará vueltas y vueltas y quien, de un tajo alejandrino, lo dejará cojo por las bravas. Ya lo sabía Cervantes, que puso en boca de Sancho todo lo importante de la gramática. He dicho.

 

sábado, 26 de febrero de 2022

LA PATA QUEBRADA

 

Esta semana la paso de reposo absoluto con un vendaje compresivo en la rodilla izquierda. A ciertas edades cualquier accidente tonto nos mete en boxes durante un tiempo. Y es que ya tenemos chasis y motor muy tocados y cualquier roce resulta problemático. Desde que en 2016 se bloqueara la maquinaria motriz por obstrucción en los conductos circulatorios y me viera obligado a retirarme de la alta competición laboral porque ya no bombea el combustible a un ritmo competitivo, he tenido un par de percances en el sistema locomotor. El primero en 2019, siendo pensionista por enfermedad, debido a una aparatosa caída sobre la calzada en una calle perpendicular a la Rambla con aceras mínimas. El sol matinal no me permitía ver con nitidez y decidí limpiar las gafas con el fieltro que llevo para tal fin, sin dejar de caminar con la alegría primaveral que la despejada mañana imponía. Frente a mí circulaba una señora con un niño en un carrito. Me aparté hacia la calzada para dejarla paso, con la mala fortuna de pisar de el bisel del bordillo, perdiendo pie. Instintivamente aterricé sobre el asfalto con las manos por delante, rompiendo las gafas y produciéndome un hematoma en el pulpejo de la palma derecha que la mujer, madre preparada, eliminó con un espray milagroso. Me levanté dolorido con el morro de un coche, que hubo de frenar de golpe para no atropellarme, delante de las narices. Me produje un esguince en el tobillo derecho que me obligó a usar muletas durante un tiempo para realizar mis habituales quehaceres. Y el segundo, el pasado martes, siendo ya un feliz jubilado que pasea a la perrita de su hijo cuando éste trabaja. En un pipican de esos modernos donde los perros juegan, corren y hacen sus necesidades, fui arrollado por Gala que con seis meses me llega al muslo con su lomo de pastor belga. Corría con otro perro y me pilló desprevenido golpeándome como una exhalación la pierna izquierda a la altura de la rodilla. Noté el brusco giro sobre el pie apoyado y un fuerte pinchazo en el ligamento interno. Me dejé caer al suelo rodeado por dueñas y dueños de canes (que en esto parece que hay mucha paridad) y, tras reponerme en uno de los bancos del lugar, retorné a casa como pude. Y aquí estoy. No hay rotura y en una semana estaré restablecido. En casa y con la pata quebrada paso revista a los accidentes de mi vida. Recuerdo algunas heridas y quemaduras que me produje de pequeño; nada extraordinario. Con 13 años ya había abandonado la escuela y comencé a trabajar en el campo. Vendimié, recolecté patatas y esculé remolacha para irme haciendo a la idea de lo duro que es trabajar la tierra. La remolacha azucarera, que tiene un tamaño considerable, se extraía volteando la tierra con el arado y se esculaban una a una, separando las hojas de la raíz con el golpe seco y certero de un hocino. Para ello apoyaba la remolacha sobre la rodilla izquierda ligeramente flexionada quien era diestro y sobre la derecha quien zurdo, dejando cual cabellera al aire las hojas, que se guillotinaban a golpe de hoz. Había que ser hábil, recio y preciso para lograrlo de un solo corte en el lugar exacto, manteniendo un ritmo constante y cuidando de no clavarse la herramienta en la rodilla, como a la postre me sucedió a mí. Fue mi primer accidente laboral y, lo que son las cosas, en la misma rodilla que llevo vendada ahora. Años más tarde, acabada la oficialía de torno, trabajé los meses estivales en un taller metalúrgico de Valladolid. No llevaba calzado de seguridad y a finales de septiembre, a punto de acabar el contrato, me corté a ras de bamba en la zona posterior de la pierna (he olvidado cuál de ellas) con la viruta desprendida del torno que se acumulaba en el suelo como una deslavazada serpentina de acero. Recuerdo que el médico de la empresa me cosió la herida en vivo y me mandaron a la mutua que extendió mi primera baja laboral. Comencé primero de maestría de baja y cobrando. Se puede decir  que con mala pata y buen pie. Años después, trabajando en Industrias del Fleje de Sabadell, me taladré el índice de la mano izquierda con una broca. Lo reseño como curiosidad pues nunca se me ha dado bien andar con las manos, ni siquiera hacer el pino. Pero, cuando tuve verdaderamente la pata (ambas piernas para ser justos) quebrada fue como consecuencia del grave accidente laboral del 18 de junio de 1997 durante las obras de la estación de Magoria (FGC), cerca de la Plaza España de Barcelona. Andaba comprobando las uniones soldadas de unas vigas transversales a cinco o seis metros del suelo. Accedía por una escalera de mano apoyada en la viga incumpliendo la norma de seguridad que dice que el final de la escalera debe sobresalir del punto de apoyo. En este caso porque el techo estaba demasiado cerca. Para soslayar el peligro, dos peones sujetaban la escalera mientras yo permanecía en ella. Cercana la hora de la comida, me disponía a hacer la última comprobación cuando el encargado haciendo una seña a uno de los peones para que se fuera con él, dijo: “Me llevo a éste que me hace falta. Aquí te dejo otro”. Y se llevó al que ponía la bota para que la escalera no se fuera para atrás, digo yo, porque antes de alcanzar la viga noté como cedía el mundo bajo mis pies y caía a plomo sobre el hormigón y los raíles. Llegué a percibir unos sacos amontonados e hice intento de saltar hacia ellos pero, sin punto de apoyo y sin tiempo material, me encontré tendido en el suelo. Entre varios operarios me colocaron sobre los sacos y el encargado no se separó de mí hasta que llegó el personal sanitario. Yo sabía que tenía la pierna izquierda rota porque presentaba un ángulo anormal y me dolía más que el resto del cuerpo. La chica de la ambulancia me la puso recta para inmovilizarla. Ahí sí que vi las estrellas. En el Clínico me cosieron una brecha que me produjo la escalera al golpearme la cabeza y me hicieron las pertinentes radiografías, tras lo cual me acercaron a un teléfono para que llamara a casa. Se puso mi hijo mayor y le dije que me había roto una pierna y que igual llegaba tarde. Es lo que ocurre cuando uno se parte algún hueso: escayola, para casa a pasar cuarenta días de baja y al lío de nuevo. En vez de eso, me enviaron a la Quirón donde me informaron de la gravedad de la lesión: fractura de tibia y peroné bastante aparatosa en pierna izquierda y rotura de ligamento interno en rodilla derecha. Había que operar ambas piernas sin demora. Volví a llamar a casa y me hice a la idea de que, por primera vez en mi vida como enfermo y no como acompañante, habría de pasar algún tiempo en el hospital. Salí de allí en silla de ruedas. Tuvieron que volver a operarme para hacer un injerto de hueso. Con el tiempo pasé de la silla a andar con dos muletas, luego con una, hasta que pude abandonarla. Y al cabo de un año y un día, torné al trabajo. No voy a hablar de lo dura que fue la recuperación ni de los viajes diarios a Barcelona, en ambulancia, taxi y tren hasta que me dieron el alta. Si diré que, aunque ya había decidido no escribir más, algunos poemas nacieron de aquella situación que luego reuní bajo el título de Los pasos quebrados, un poemario que espera editor. Con la pata quebrada, como yo en estos momentos, aunque ya he salido a almorzar y dar algún pequeño paseo y él continúa inmóvil en una carpeta o cajón virtual esperando una voz que le diga: levántate y anda.

 

sábado, 19 de febrero de 2022

CARTA A AMELIA


                                   

Estimada Amelia inmortal:

¿Me recuerdas?

Yo te recuerdo ahora en estas vicisitudes de la memoria, en esta exploración retrospectiva en que devienen los años cuando uno se levanta a las siete de la mañana, no por la urgencia del trabajo sino por el placer de hacerlo cuando son festivos todos los días, y siente pasar las horas en su justa medida sabiéndose vivo todavía.

Te recuerdo ahora como recuerdo ciertos nombres, ciertos rostros que alguna vez fueron cercanos y el tiempo ha difuminado junto a otros ya desaparecidos para siempre. La memoria es selectiva y el tiempo no pasa en vano. Tal vez debiera decir que la vida no sucede en vano. No fue banal conocerte. Perderte, ahora lo sé, no fue en vano.

Te recuerdo como recuerdo las mujeres que amé, que amo aún. Es infinita la capacidad de amor del ser humano. Y yo, recuérdalo, soy poeta.

Te recuerdo Amelia, inmortal Amanda, la calle mojada, y nosotros ignorando que la muerte jugaba con ventaja en un desconocido estadio de Santiago. Nos callaban tantas cosas entonces…

Te preguntarás por qué ahora, por qué te escribo después de tanto tiempo, cuando las cartas son correos electrónicos y prima la urgencia de tuits y wasaps y tú, te busqué, no estás en las redes sociales que transito, y ya nadie escribe cartas, y el género epistolar es una reliquia del pasado, por qué ahora cuando tú no vas a leer estas misivas y si las lees quizás no te reconozcas como su destinataria.

Tal vez porque he muerto y estoy vivo, porque ya conozco el argumento de la obra y quiero descubrir a través de ti a aquel tímido muchacho que vino a llevarse la vida por delante. Porque estoy lejos, Amelia, lejos de todo y en soledad y leo a Martí i Pol en su idioma que es también mío, y leo a Gil de Biedma y camino por los versos levantados, clavados, ¡ay!, en la dolorida piel de España. Porque nosotros ya no somos los mismos y tal vez estemos amándonos sin saberlo en algún universo paralelo. Porque eres remembranza y uno vive también, o solamente, en sus recuerdos.

Lo cierto es que te escribo ahora, en este nuevo año de esperanza, como lo fue el anterior, aunque nos saliera rana con tanto oleaje pandémico que nos atenaza aún en un disparatado oleaje, un continuo flujo y reflujo de mascarillas y prohibiciones. Saturado de consumismo y felicitaciones repetidas hasta la saciedad, te escribo porque quiero saber de ti en estos difíciles tiempos y contarte, decirte la vida sin ti. Escribirte al ritmo que late mi corazón es buena terapia para estar en paz conmigo mismo. Te escribo porque quiero decirte lo que no te dije o imaginar lo que te conté y no sabré nunca que lo hice porque ya no conservas mis cartas ni memoria de mí. Porque ya no eres tú y eres todas las mujeres del mundo que han amado y se han sentido amadas alguna vez, y sufren, y mueren, y luchan, y viven.

Te escribo como te escribía entonces. ¿Te acuerdas Amanda Amelia? Con el cuerpo destrozado por las balas y una canción en los labios que el tiempo no borró.



sábado, 12 de febrero de 2022

EL POETA QUE FUI


El poeta se forja leyendo poemas y aprendiendo a mirar el mundo que lo rodea con los ojos que la naturaleza le ha concedido, se forma haciendo versos a  imitación de los poetas célebres, o no, con los que se identifica. Esta práctica, esta educación, sea académica o autodidacta, es necesaria para la plena realización de la obra o corpus por la que el autor será conocido. Pero ha de haber un sustrato anterior, un duende, una nacencia, para que el pretendido poeta se realice como tal. Pudiendo darse el caso de quien sea poeta sin saberlo porque no ha desarrollado su capacidad, o sin haber escrito un verso por no poseer la técnica pese a sentirse, de algún modo, distinto a los demás. También hay quien se cree poeta sin serlo porque domina cierto estilo de versificar y hay poetas incompletos y hasta prosaicos. Tiempo habrá de hablar de ellos y aún de otros.  Quiero hacerlo ahora de un niño que tuvo la inmensa suerte de que le enseñaran a leer antes de comenzar la escuela. Mientras los niños de su edad se desbravaban con mi mama me mima, él leía y aprendía páginas enteras de la enciclopedia escolar Álvarez sin comprender bien su significado. Unas veces preguntaba, otras se lo imaginaba. Su afán por la lectura no decayó nunca. Leyó libros de texto, tebeos, revistas, fotonovelas, periódicos atrasados, cuentos, novelas, poesías… hasta prospectos de medicamentos. Aprendió a manejar el diccionario, aun cuando, por no perder tiempo y el hilo argumental, hacía sus propias interpretaciones adaptándose al contexto y errando, claro (o no). Cuando hacían redacciones sobre cualquier tema, el maestro siempre ponía las suyas como ejemplo. A los once años le publicaron una en cierta revista escolar. Leyó la Biblia y el Quijote siendo muy joven. Leyó, sin comprender nada, Espadas como labios y supo que la poesía no tiene una única dirección como la narrativa y que un poema no se comprende entendiendo sus palabras, que éstas sobrepasan diccionarios y modas, que el poeta mira distinto y ofrece su visión a quien va con él para que aprenda a mirar con sus propios ojos. Y comenzó a escribir poemas. En su juventud le confirmaron como poeta en ciernes en una dominical mañana de la biblioteca de la que fuera casa de Cervantes en Valladolid. Quiso, entonces publicar su primer libro. No lo consiguió hasta unos años después cuando dispuso de dinero para sufragar la edición. Qué difícil es publicar el primer libro, y el segundo, y el... Con el tiempo decidió ser escritor y poeta de secano. Como no publicaba tampoco escribía. sin embargo nunca dejó de disfrutar con la lectura de los grandes narradores, columnistas y poetas. Aunque tenía aún el gusanillo de escribir, ese no era  su gremio. Se sabía autor de buenos poemas y versos memorables, pero su tiempo pasó. Tal vez si hubiera muerto joven, alguien los habría descubierto...  

Con la generalización de internet a finales de siglo comencé a escribir en un blog, por aquellos tiempos también se decía bitácora. Parí nuevos poemas, reelaboré otros, escribí algún relato, concluí otros y también una obrita de teatro. Gané premios literarios y pensé una novela que está por escribir. Publiqué (qué difícil sigue siendo editar) un libro, y dos, y tres, y participe en muchos otros. Me jubilé del trabajo que esclaviza las horas para contemplar y contar la poesía que rompe el alba y se anuncia con versos de luz como el pan de cada día. Me jubilé para leer a otros poetas que me eran desconocidos y he ido descubriendo y disfrutando. Me jubilé para mirar atrás sin rencor y caminar hacia adelante sin temor. Para pensar y decir, pese a todo:

Hay que ser poeta y morir en el intento

de crear el poema más hermoso y cumplido

aunque nunca entendamos quien nos dicta los versos.

Y conocer que el poeta que fui me los dicta a mí.

viernes, 4 de febrero de 2022

GUIA PARA RECOLECTAR POETAS

 

 


De Ángel Guinda, recientemente fallecido, no tenía fehaciente conocimiento, ni de su obra, ni de su vida. Ahora que, tristemente, sé de él, libo el néctar de sus poemas, saboreo las palabras que son ya viento definitivo para quienes aún podemos sentirlas. No es  el único caso. Hay grandes poetas que me son desconocidos y quizás muera sin descubrirlos.

Muchos se encuentran en los intrincados bosques de las redes sociales. Algunos, cual vistosos hongos, saltan a la vista, otros se ocultan entre el musgo y la hojarasca, resultando difíciles de descubrir para el micólogo neófito. Aquellos que, lejos de internet, cual trufas selectas se ocultan bajo tierra, son impenetrables al ojo digitalizado. Pero al poeta no basta con sorprenderlo, saber de su existencia y hasta reconocer algunos versos. Hay que llevárselo a casa y cocinarlo a fuego lento.

Aunque poesía es vida, no todos saben apreciarla y gustan el placer de sentar un poeta a su mesa. Algo tan sencillo y bello como la palabra justa y certera, puede pasar desapercibido para gentes prosaicas y desnortadas, incluso para aquellos confesos buscadores de versos que no saben distinguir una amanita mortal de un rovellon o níscalo popular y cosmopolita, bien que su actitud denote lo contrario. Los amantes de la gentil excelencia, del bien decir y la compleja sencillez de lo cotidiano hecho arte, no necesitan de guía alguna para deleitarse con la palabra bien condimentada y certeramente dispuesta sobre el albo mantel de la existencia. Muchos otros, sin embargo, necesitan ayuda para disfrutarla. Guías hay para ello, mas ninguna clara y definitiva, pues el poeta es una especie en evolución continua y la poesía intangible e inefable es.

Llegados a este punto, mi intención inicial de pergeñar un prontuario para descubrir poetas o conocer  si uno mismo lo es, se tambalea. Máxime no siendo versado en el arte o ciencia de hacer versos. Que los hago, sí, pero de oído como los músicos populares que no estudiaron solfeo, hacen música. Quizás convenga tirar de experiencia y vivencias personales y a quien le sirvan, que le aprovechen y a quien no, que busque la felicidad por otros derroteros.  

Aparecen poetas en los terrenos llanos de la infancia, en nanas y recitados parentales y en los primeros bosques de letras cuyo recuerdo nos acompañará toda la vida. Son poetas impuestos por la época, por el gusto e ideología dominantes. Con el tiempo caen en el olvido o sestean en un rincón, mientras unos (¡qué lástima!) se alejan de la poesía y otros la buscamos en almácigas que nos son más afines. Llega un momento, cuando ya conocemos a los autores consagrados por el uso y la Parca, que descubrimos al primer contemporáneo que colma nuestras expectativas (hay poetas, coño, al doblar la esquina) y ya no cabe vuelta atrás. Debemos continuar la recolecta iniciada, buscar en antologías que nunca son completas y en páginas web donde no están todos los que son, y los que están no siempre hacen buen guiso. Conviene ir haciendo amigos en Facebook (licenciados, profesores, aedos y juglares) que dominen el  tema y nos sean afines para que nos orienten y descubran valores ocultos. Y rastrear en encuentros de poetas, en premios literarios, en foros y en librerías de viejo, donde a veces salta la liebre lírica. Es esencial ir anotando nombres, características y obras para lanzarse al monte con conocimiento de causa y volver a casa con ciertas exquisiteces que nos hagan la vida más liviana.  Merece la pena pertenecer a una sociedad gastronómica donde se cocinen poetas, aunque a veces tengamos que pasarnos algún refrito y atragantarnos con un rancio manjar. Y, sobre todo, fiarnos del boca a boca, asistir a recitales y asesorarnos con quienes saben del tema. Con el tiempo se adquiere experiencia y se desarrolla un placentero sentido del gusto.

CUANDO EL MUNDO SE LLAMABA CERRALBO

    Todos los buenos autores poseen su propio estilo, definido e inconfundible. Los lectores, luego, por afinidad, gusto u otras circunsta...