Queremos pensar que estamos de paso por la vida, deseamos creer que nuestra meta no es la muerte. Que no tenemos la capacidad de discernir y tomar conciencia de nuestra existencia para terminar siendo polvo y recuerdo en el mejor de los casos. Ante la duda, deseamos dejar huella de nuestra breve andadura, de la realidad que vivimos o soñamos y para ello nos servimos del arte y de la historia; usamos las palabras como rastro y vereda, como conciencia de nuestros actos. Los lugares por donde pasamos cuentan nuestro avance por la vida.
Nuestro primer contacto con la existencia terrenal es el lugar de nacimiento. Para muchos será nuestro pueblo para siempre, aunque lo hayamos dejado atrás. Hay gentes de un sólo término o paraje, que nacen, viven y mueren en el mismo sitio, pero la condición natural del hombre es el nomadismo. Fue y es el motor del progreso. El nómada surge para satisfacer la curiosidad innata del hombre hacia lo desconocido. Incluso el sedentario abandona su hogar en ocasiones, aunque sea para hacer turismo. Otros marchan se su lugar de origen impelidos por la necesidad: la guerra y el hambre en el sur empobrecido por la codicia de unos pocos, el deseo de un futuro mejor en países más favorecidos pero con una clase política que legisla para su bolsillo. Uno deja su lugar de nacimiento, y a veces su país, por múltiples causas y va olvidando señales y vestigios por lugares de paso que jalonan su existencia.
Yo, lo dije alguna vez, tuve una infancia pequeña y castellana. Abandoné el pueblo pero nunca lo olvidé. Allí sólo crecen recuerdos, es un territorio de ausencias que me obliga a tornar a él de vez en vez. Aunque viajemos conociendo mundo, gentes y paisajes, considero lugares de paso aquellos en los que he vivido al menos una larga temporada y han dejado impronta permanente en mí. Tras Sardón, Castillo y Elejabeitia sirvió para darme cuenta de la falacia de la religión. Los frailes gabrielistas, en dos años de internado, me apartaron, sin proponérselo, de su dios, que era el dios del imperio (todo escrito con inicial mayúscula) y me alentaron a escribir. Después, Valladolid, durante cinco años de estudios y dos de trabajos y amoríos, fue apodíctica estancia donde se forjó el poeta que soy ahora. Ignoro si Sabadell, mi residencia más durable, será mi último lugar de paso. Cuando dejé la escuela, quería ser escritor y vivir en Sardón. Ahora, que no soy escritor ni moro en el pueblo, quisiera acabar mis días junto al mar, tal vez en algún rincón levantino porque Valencia es otro lugar de paso al que vuelvo con frecuencia. Y esperar ligero de equipaje, como dijo el poeta sevillano, la nave que nunca ha de tornar, pues